Muchos libros, muchas voces y un poco más.
El que todo lo ama con las manos
despierta la caricia de las cítaras,
siente el silencio y su pesada carne
fluyendo como ungüento entre los dedos,
lame la lenta lengua de sus manos
el hueso de la tarde y sus sortijas
se enredan en el ave adormecida
Para René Char
A la cadena atada
entre oro y olvido:
la noche.
Ambos quisieron prenderla.
Ambos consintió en su hacer.
He decidido marcharme para siempre.
Amén.
Volveré mañana
porque soy viejo
y tengo los pies muy resentidos
e hinchados por la gota.
Pero volveré a marcharme pasado mañana,
rejuvenecido por el asco.
Para siempre jamás. Amén.
Saciados el estómago y el sexo,
¿qué queda?
Mullo el vientre calmado de mi amiga,
que entrecierra los ojos
y apenas corresponde:
un roce, como ondas
erizando sus hebras.
Desnuda, libra
la gravedad
de los acantilados