Yo soy la pastora de la zarzamora. La sacerdotisa de la yerbaluisa. La que por antojo se come el hinojo y mezcla verbena con la hierbabuena.
Yo soy la zagala de la hierba mala: con rito pagano arrojo el aciano en medio del fuego y parto el espliego... Y trenzo el lentisco con el malvavisco.
Yo soy la doncella de hierba centella: provoco los celos, hirviendo napelos consigo mimosas de las escabiosas o desato llantos con los amarantos.
¡Ay, la mejorana! ¿Quién ciega a la rana? ¿quién sangra al cuclillo? Por el culantrillo o por el cantueso sé atraer el beso de la adolescente con nardo caliente.
Yo seré una lamia. Sembraré la infamia, urdiré el estrago con sangre de drágo. Seré la lobezna de la lechetrezna cebando medusas con leche de aethusas.
Seré la sanguina de lengua cervina, fulva sanguisorba que la vida sorba. Hilaré con ruecas de tibias resecas la nácar lunára de la dulcamara.
Yo soy la hechicera de la enredadera, de la serpentaria, de la pasionaria, de la cannabin a y de la sabina. ¡Y del estramonio y engaño al demonio!
He aquí un prado. Ante mí un prado. Un placentero y recogido y sedentario prado. Mis ojos están cansados de ver prados, prados usados con pesadez de romerías, con colas de ermitas viejas marchitándose en sus cirios;