Los cabrones avariciosos del pueblo han talado todos los chopos de la ribera. Ahora, el río fluye calvo a su paso por el municipio. Entre los lugareños se comenta que los mandatarios se han embolsado 100.000 euros con la acción. Sólo han dejado en pie el viejo tronco donde anida la cigüeña. Cientos de tocones lo observan, envidiosos, a ras de suelo.
Papá solía columpiarme en la chopera. La pantalla de mi móvil se cascó contra sus guijarros. Algunos chavales pescaban a la sombra. Otros tragaban nubes paradisíacas. Se daba y recibía amor (arrugados y pringosos pañuelos así lo atestiguan). Se jugaba al Medievo... La zona no se habrá recuperado hasta mis cuarenta. Por el momento, mi pueblo es visible desde la carretera de Cervera. Un puñado de luces desnudas, moribundas y tristes.
Me hubiera gustado escribir la continuación de la historia de la hiedra moribunda. De verdad. Pero ha sido reemplazada por una rolliza planta de Aloe Vera.
Masticamos embutidos burgaleses frente a la Torre de Londres. Mientras un par de gaviotas defecan sobre los inmortales leones. Y una miríada de japoneses inmoviliza el instante.