Poema de un día. Meditaciones rurales, de Antonio Machado | Poema

    Poema en español
    Poema de un día. Meditaciones rurales

    Heme aquí ya, profesor 
    de lenguas vivas (ayer 
    maestro de gay-saber, 
    aprendiz de ruiseñor), 
    en un pueblo húmedo y frío, 
    destartalado y sombrío, 
    entre andaluz y manchego. 

    Invierno. Cerca del fuego. 
    Fuera llueve un agua fina, 
    que ora se trueca en neblina, 
    ora se torna aguanieve. 

    Fantástico labrador, 
    pienso en los campos. ¡Señor 
    qué bien haces! Llueve, llueve 
    tu agua constante y menuda 
    sobre alcaceles y habares, 
    tu agua muda, 
    en viñedos y olivares. 

    Te bendecirán conmigo 
    los sembradores del trigo; 
    los que viven de coger 
    la aceituna; 
    los que esperan la fortuna 
    de comer; 
    los que hogaño, 
    como antaño, 
    tienen toda su moneda 
    en la rueda, 
    traidora rueda del año. 

    ¡Llueve, llueve; tu neblina 
    que se torne en aguanieve, 
    y otra vez en agua fina! 

    ¡Llueve, Señor, llueve, llueve! 

    En mi estancia, iluminada 
    por esta luz invernal 
    ?la tarde gris tamizada 
    por la lluvia y el cristal?, 
    sueño y medito. 

    Clarea 
    el reloj arrinconado, 
    y su tic-tic, olvidado 
    por repetido, golpea. 

    Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído. 
    Tic-tic, tic-tic... Siempre igual, 
    monótono y aburrido. 

    Tic-tic, tic-tic, el latido 
    de un corazón de metal. 

    En estos pueblos, ¿se escucha 
    el latir del tiempo? No. 

    En estos pueblos se lucha 
    sin tregua con el reló, 
    con esa monotonía 
    que mide un tiempo vacío. 

    Pero ¿tu hora es la mía? 
    ¿Tu tiempo, reloj, el mío? 

    (Tic-tic, tic-tic...) Era un día 
    (Tic-tic, tic-tic) que pasó, 
    y lo que yo más quería 
    la muerte se lo llevó. 

    Lejos suena un clamoreo 
    de campanas... 

    Arrecia el repiqueteo 
    de la lluvia en las ventanas. 

    Fantástico labrador, 
    vuelvo a mis campos. ¡Señor, 
    cuánto te bendecirán 
    los sembradores del pan! 

    Señor, ¿no es tu lluvia ley, 
    en los campos que ara el buey, 
    y en los palacios del rey? 

    ¡Oh, agua buena, deja vida 
    en tu huida! 

    ¡Oh, tú, que vas gota a gota, 
    fuente a fuente y río a río, 
    como este tiempo de hastío 
    corriendo a la mar remota, 
    en cuanto quiere nacer, 
    cuanto espera 
    florecer 
    al sol de la primavera, 
    sé piadosa, 
    que mañana 
    serás espiga temprana, 
    prado verde, carne rosa, 
    y más: razón y locura 
    y amargura 
    de querer y no poder 
    creer, creer y creer! 

    Anochece; 
    el hilo de la bombilla 
    se enrojece, 
    luego brilla, 
    resplandece 
    poco más que una cerilla. 

    Dios sabe dónde andarán 
    mis gafas... entre librotes 
    revistas y papelotes, 
    ¿quién las encuentra?... Aquí están. 

    Libros nuevos. Abro uno 
    de Unamuno. 

    ¡Oh, el dilecto, 
    predilecto 
    de esta España que se agita, 
    porque nace o resucita! 

    Siempre te ha sido, ¡oh Rector 
    de Salamanca!, leal 
    este humilde profesor 
    de un instituto rural. 

    Esa tu filosofía 
    que llamas diletantesca, 
    voltaria y funambulesca, 
    gran don Miguel, es la mía. 

    Agua del buen manantial, 
    siempre viva, 
    fugitiva; 
    poesía, cosa cordial. 

    ¿Constructora? 

    ?No hay cimiento 
    ni en el alma ni en el viento?. 

    Bogadora, 
    marinera, 
    hacia la mar sin ribera. 

    Enrique Bergson: Los datos 
    inmediatos 
    de la conciencia. ¿Esto es 
    otro embeleco francés? 

    Este Bergson es un tuno; 
    ¿verdad, maestro Unamuno? 

    Bergson no da como aquel 
    Immanuel 
    el volatín inmortal; 
    este endiablado judío 
    ha hallado el libre albedrío 
    dentro de su mechinal. 

    No está mal; 
    cada sabio, su problema, 
    y cada loco, su tema. 

    Algo importa 
    que en la vida mala y corta 
    que llevamos 
    libres o siervos seamos: 
    mas, si vamos 
    a la mar, 
    lo mismo nos ha de dar. 

    ¡Oh, estos pueblos! Reflexiones, 
    lecturas y acotaciones 
    pronto dan en lo que son: 
    bostezos de Salomón. 

    ¿Todo es 
    soledad de soledades. 
    vanidad de vanidades, 
    que dijo el Eciesiastés? 

    Mi paraguas, mi sombrero, 
    mi gabán...El aguacero 
    amaina...Vámonos, pues. 

    Es de noche. Se platica 
    al fondo de una botica. 

    ?Yo no sé, 
    don José, 
    cómo son los liberales 
    tan perros, tan inmorales. 

    ?¡Oh, tranquilícese usté! 
    Pasados los carnavales, 
    vendrán los conservadores, 
    buenos administradores 
    de su casa. 

    Todo llega y todo pasa. 
    Nada eterno: 
    ni gobierno 
    que perdure, 
    ni mal que cien años dure. 

    ?Tras estos tiempos vendrán 
    otros tiempos y otros y otros, 
    y lo mismo que nosotros 
    otros se jorobarán. 

    Así es la vida, don Juan. 

    ?Es verdad, así es la vida. 
    ?La cebada está crecida. 
    ?Con estas lluvias... 
    Y van 
    las habas que es un primor. 
    ?Cierto; para marzo, en flor. 
    Pero la escarcha, los hielos... 
    ?Y, además, los olivares 
    están pidiendo a los cielos 
    aguas a torrentes. 
    ?A mares. 

    ¡Las fatigas, los sudores 
    que pasan los labradores! 

    En otro tiempo... 
    Llovía 
    también cuando Dios quería. 

    ?Hasta mañana, señores. 
    Tic-tic, tic-tic... Ya pasó 
    un día como otro día, 
    dice la monotonía 
    del reloj. 

    Sobre mi mesa Los datos 
    de la conciencia, inmediatos. 

    No está mal 
    este yo fundamental, 
    contingente y libre, a ratos, 
    creativo, original; 
    este yo que vive y siente 
    dentro la carne mortal 
    ¡ay! por saltar impaciente 
    las bardas de su corral. 

    Antonio Machado (Sevilla, 1875 - Colliure, 1939) fue el más joven poeta de la generación del 98. Su vida en Madrid y París le llevó a formar parte del círculo de destacados literatos como Rubén Darío, Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez. Autor prolífico, se dio a conocer con el poemario Soledades, de marcado carácter modernista, en 1903. Unos años más tarde, en 2912, publicó uno de sus libros más populares, Campos de Castilla. Destacan también, entre otras obras, Nuevas canciones (1914) y Páginas escogidas (1917). Miembro de la Real Academia Española, se exilió al pueblo francés de Colliure tras estallar la guerra civil española. Allí murió y allí descansa su tumba, símbolo del exilio republicano.