¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue! Porque el hombre ha terminado, el hombre representó ya todos sus papeles. En el gran día, fatigado de romper los ídolos, resucitará, libre de todos sus dioses, y, como es del cielo, escrutará los cielos. El ideal, el pensamiento invencible, eterno, todo el dios que vive bajo su arcilla carnal se alzará, se alzará, arderá bajo su frente. Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte, vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo, te acercarás a darle la santa redención. Espléndida, radiante, del seno de los mares, tú surgirás, derramando sobre el Universo con sonrisa infinita el amor infinito, el mundo vibrará como una inmensa lira bajo el estremecimiento de un beso inmenso...
El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás, ¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal ¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes, la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con nieve de las rosas las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!
En el comedor pardo, que perfumaba una mezcla de olor de fruta y de barniz, a gusto, me hice con un plato de no sé qué guisado belga, y me arrellané en una enorme silla.
Me tragué un magnífico sorbo de veneno.— ¡Bendito sea tres veces el consejo que me dieron!— Las entrañas me queman. La violencia del veneno retuerce mis extremidades, me deforma, me tumba contra el suelo. Muero de sed, me sofoco, y no puedo gritar. ¡Es el infierno, el castigo eterno!
Costrosos, negros, flacos, con los ojos cercados de verde, dedos romos crispados sobre el fémur, con la mollera llena de rencores difusos como las floraciones leprosas de los muros;