¡Tengo sed, sed ardiente! -dije a la maga, y ella me ofreció de sus néctares. -¡Eso no: me empalaga!- Luego, una rara fruta, con sus dedos de maga, exprimió en una copa clara como una estrella;
y un brillo de rubíes hubo en la copa bella. Yo probé. -Es dulce, dulce. ¡Hay días que me halaga tanta miel, pero hoy me repugna, me estraga! Vi pasar por los ojos del hada una centella.
Y por un verde valle perfumado y brillante, llevóme hasta una clara corriente de diamante. -¡Bebe! -dijo-. Yo ardía, mi pecho era una fragua.
Bebí, bebí, bebí la linfa cristalina... ¡Oh, frescura! ¡Oh, pureza! ¡Oh, sensación divina! -Gracias, maga, ¡y bendita la limpidez del agua!
Amor, la noche estaba trágica y sollozante cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura; luego, la puerta abierta sobre la sombra helante, tu forma fue una mancha de luz y de blancura.
¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena... Yo muero extrañamente... No me mata la Vida, ¿Te acuerdas? El arroyo fue la serpiente buena... Fluía triste y triste como un llanto de ciego cuando en las piedras grises donde arraiga la pena
¡Ojos a toda luz y a toda sombra! Heliotropos del Sueño! Plenos ojos que encandiló el Milagro y que no asombra jamás la vida... Eléctricos cerrojos de profundas estancias; claros broches, broches oscuros, húmedos, temblantes,
Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios... En el regazo cálido de rubia primavera amáronse talmente que entre sus dedos sabios palpitó la divina forma de la quimera.
Hoy han vuelto. Por todos los senderos de la noche han venido a llorar en mi lecho. ¡Fueron tantos, son tantos! Yo no sé cuáles viven, yo no sé cuál ha muerto. Me lloraré yo misma para llorarlos todos. La noche bebe el llanto como un pañuelo negro.