La santa guerrera, de Eduardo Galeano | Poema

    Poema en español
    La santa guerrera

    No había hombre que pudiera con ella, ni en el arado ni en la espada. 
    En el silencio del huerto, al mediodía, escuchaba voces. Le hablaban los ángeles y los santos, san Miguel, santa Margarita, santa Catalina, y también la voz más alta del Cielo: 
    -No hay nadie más en el mundo que pueda liberar al reino de Francia. Sólo tú. 
    Y ella lo repetía, en todas partes, siempre citando a la fuente: 
    -Me lo dijo Dios. 
    Y así, esta campesina analfabeta, nacida para cosechar hijos, encabezó un gran ejército, que a su paso crecía. 
    La doncella guerrera, virgen por mandato divino o por pánico masculino, avanzaba de batalla en batalla. 
    Lanza en mano, cargando a caballo contra los soldados ingleses, fue invencible. Hasta que fue vencida. 
    Los ingleses la hicieron prisionera y decidieron que los franceses se hicieran cargo de esa loca. 
    Por Francia y su rey se había batido, en nombre de Dios, y los funcionarios del rey de Francia y los funcionarios de Dios la mandaron a la hoguera. 
    Ella, rapada, encadenada, no tuvo abogado. Los jueces, el fiscal, los expertos de la Inquisición, los obispos, los priores, los canónigos, los notarios y los testigos coincidieron con la docta Universidad de la Sorbona, que dictaminó que la acusada era cismática, apóstata, mentirosa, adivinadora, sospechosa de hería, errante en la fe y blasfemadora de Dios y de los santos. 
    Tenía diecinueve años cuando fue atada a una estaca en la plaza del mercado de Rouan, y el verdugo encendió la leña. 
    Después, su patria y su Iglesia, que la habían asado, cambiaron de opinión. Ahora, Juana de Arco es heroína y santa, símbolo de Francia y emblema de la Cristiandad.

    Eduardo Galeano nació en Montevideo el 3 de septiembre de 1940 en el seno de una familia católica de clase media. Hijo de un empleado público y de una gerente de librería, Galeano fue criado en un ambiente de profundas convicciones católicas. Incluso, cuando tenía ocho o nueve años, sostuvo que quería ser santo: "Tuve una infancia muy mística, pero no me fue bien con la santidad". Galeano tiene una larga carrera tanto en el plano personal como en el profesional. Con tan sólo trece años empezó a publicar caricaturas para el diario El Sol. Fue obrero en una fábrica de insecticidas, recaudador, pintor de carteles, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco y editor. En la década de los setenta un grupo derechista militar en Uruguay lo encarceló. Por esta causa se marchó a Argentina. Sin embargo allí ocurrió lo mismo. El régimen de Videla tomó el poder tras un sangriento golpe militar y su nombre fue agregado a la lista de aquellos condenados por los escuadrones de la muerte. Días y noches de amor y de guerra, se enmarca en los días de la dictadura en Argentina y Uruguay. En esta ocasión se exilió en Cataluña, en Calella, al norte de Barcelona donde publicó en revistas españolas y colaboró con una radio alemana y un canal de televisión mexicano. En este período escribe su famosa y premiada trilogía Memoria del fuego. En Galeano conviven el periodismo, el ensayo y la narrativa, pero será sobre todo reconocido como un cronista certero y valiente que recuerda el pasado para analizar el futuro que estamos dejando. De trato cordial y perpetuo buen humor, cree que el mejor de sus días "Es aquel que debe todavía estar por venir".

    • Los funcionarios, no funcionan. 
      Los políticos hablan, pero no dicen. 
      Los votantes votan, pero no eligen. 
      Los medios de información desinforman. 
      Los centros de enseñanza, enseñan a ignorar. 
      Los jueces, condenan a las victimas. 

    • Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por muc

    • ¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. 

    • No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces del dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.

    • Juan Ramón Jiménez abrió el sobre en su cama del sanatorio, en las afueras de Madrid. Miró la carta, admiró la fotografía. Gracias a sus poemas, ya no estoy sola. ¡Cuánto he pensado en usted!, confesaba Georgina Hübner, la desconocida admiradora que le escribía desde lejos.