Ahora te soñé, así como eras: sin deslices en la voz, con inmóviles sombras en los brazos y tus genitales segundos de estatua. Así como eres todavía: copiándote a ti misma, cuando no eres ya sino la espuma de tu propia vida.
Bien te sentí en mi sueño como verso divinizado. Mi tristeza no cabía en el fondo de mi dolor y fue a manchar la noche de violeta.
El propio ruido de tus piernas habría despertado los estanques, los recuerdos que a veces olvidamos en los huecos de los jardines, las horas que nunca fueron más allá de donde hoy se desangran segundo por segundo, el silencio de muchas ventanas, antiguos y pulidos razonamientos, montañas de destinos.
De un seno tuyo al otro sollozaba un poco de ternura.
Anoche te soñé y no puedo decirte mañana mi secreto -porque el amor es un magnífico manzano con frutos de metal envueltos en piel de inteligencia, con hojas que recuerdan gravemente el futuro y raíces como brazos sumidos en una nieve de santidad- la misma ruta de mis dedos no podría encontrarte ahí donde te guardas tan perfecta. Yo no sabría elegir sino violentamente mi presencia: te llenaría de asombro; acaso tu memoria no me crea. Mi fatiga te gritaría un absoluto amor. Por el cristal de aumento de la luna la sonrisa de Dios estallaría.
Ahora te soñé, así como eras: sin deslices en la voz, con inmóviles sombras en los brazos y tus genitales segundos de estatua. Así como eres todavía: copiándote a ti misma, cuando no eres ya sino la espuma de tu propia vida.
Este lánguido caer en brazos de una desconocida, esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres; este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol, huella de pie dormido, navaja verde o negra; este instante durísimo en que una muchacha grita,