Una lluvia pausada, alargada, serena, envolvente, inquietante, sostenida, perfecta. He dejado la música, ahogué todas las voces para escuchar la suya que suena tenazmente como un hilo de plata dentro de un viejo odre.
Y me digo, rendida, sin voz, pausadamente, que la lluvia cayendo hace un ruido de gente cayendo sobre el mundo a lo ancho de los siglos acompasadamente.
Dentro de mí no hay ruidos. Hay cántaros vacíos, campanarios en ruinas, hogueras apagadas, hay agotadas minas blancos ojos de estatua, grandes estrellas huecas, relojes sin agujas y libros sin palabras y violines sin cuerdas.
Y un silencio espantoso en que cae la música armoniosa, cansada, perfecta, de la lluvia con un ruido de perlas contra el fondo de un cofre, con un ruido de alas, de dedos; con un ruido monótono, angustioso, ancestral, monocorde.
El sol el sol su lumbre su afectuoso cuidado su coraje su gracia su olor caliente su alto en la mitad del día cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo tambaleándose y de oro como un borracho puro.