El mediodía en la calle, atropellando ángeles, violento, desgarbado; gentes envenenadas lentamente por el trabajo, el aire, los motores; árboles empeñados en recoger su sombra, ríos domesticados, panteones y jardines transmitiendo programas musicales. ¿Cuál hormiga soy yo de estas que piso? ¿qué palabras en vuelo me levantan? «Lo mejor de la escuela es el recreo», dice Judit, y pienso: ¿cuándo la vida me dará un recreo? ¡Carajo! Estoy cansado. Necesito morirme siquiera una semana.
Digo que no puede decirse el amor. El amor se come como un pan, se muerde como un labio, se bebe como un manantial. El amor se llora como a un muerto, se goza como un disfraz. El amor duele como un callo, aturde como un panal,
No es nada de tu cuerpo ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre, ni ese lugar secreto que los dos conocemos, fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro. No es tu boca -tu boca que es igual que tu sexo-, ni la reunión exacta de tus pechos,
Sólo en sueños, sólo en el otro mundo del sueño te consigo, a ciertas horas, cuando cierro puertas detrás de mí. ¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan, y ahora estoy preso en su sortilegio, atrapado en su red!
Pequeña del amor, tú no lo sabes, tú no puedes saberlo todavía, no me conmueve tu voz ni el ángel de tu boca fría, ni tus reacciones de sándalo en que perfumas y expiras, ni tu mirada de virgen crucificada y ardida.
Pasa el lunes y pasa el martes y pasa el miércoles y el jueves y el viernes y el sábado y el domingo, y otra vez el lunes y el martes y la gotera de los días sobre la cama donde se quiere dormir, la estúpida gota del tiempo cayendo sobre el corazón
Yo no lo sé de cierto, pero supongo que una mujer y un hombre un día se quieren, se van quedando solos poco a poco, algo en su corazón les dice que están solos, solos sobre la tierra se penetran, se van matando el uno al otro.