Los días inútiles son como una costra de mugre sobre el alma. Hay una asfixia lenta que sonríe, que olvida, que se calla. ¿Quién me pone estos sapos en el pecho cuando no digo nada? Hay un idiota como yo andando, platicando con gentes y fantasmas, echándose en el lodo y escarbando la mierda de la fama. Puerco de hocico que recita versos en fiestas familiares, donde mujeres sabias hablan de amor, de guerra, resuelven la esperanza. Puerco del mundo fácil en que el engaño quiere hacer que engaña mientras ácidos lentos llevan el asco a la garganta. Hay un hombre que cae días y días de pie, desde su cara, y siente que en su pecho van creciendo muertes y almas. Un hombre como yo que se avergüenza, que se cansa, que no pregunta porque no pregunta ni quiere nada. ¿Qué viene a hacer aquí tanta ternura fracasada? ¡Díganle que se vaya!
Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta con tus setenta años de virgen definitiva, tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.
Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado, hueco como un tambor al que golpea la vida, sin nadie pero solo, respondiendo las mismas palabras para las mismas cosas siempre, muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado.
El mediodía en la calle, atropellando ángeles, violento, desgarbado; gentes envenenadas lentamente por el trabajo, el aire, los motores; árboles empeñados en recoger su sombra, ríos domesticados, panteones y jardines transmitiendo programas musicales.
Los días inútiles son como una costra de mugre sobre el alma. Hay una asfixia lenta que sonríe, que olvida, que se calla. ¿Quién me pone estos sapos en el pecho cuando no digo nada? Hay un idiota como yo andando, platicando con gentes y fantasmas,