Debí haberte encontrado diez años antes o diez años después. Pero llegaste a tiempo. Antes, me hubiera gustado conocerte con libertad, sin restricciones. Sin limites ni complejos. Después, con calma y serenidad, con paciencia y el tiempo que me permite la experiencia. Te conocí a tiempo, a tiempo de encontrarte, para saber que existías, para llenar mis ojos y mi boca de tu sabor. Para encontrarnos en el mismo tiempo y espacio. Para disfrutarte y que me disfrutes, para tocarte y que me toques. Para que supieras que yo estaba aquí para que me tomaras. Y que me dejaras tomarte a ti no fuiste antes ni después, fuiste a tiempo. A tiempo para que me enamorara de ti.
Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta con tus setenta años de virgen definitiva, tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.
Dice Rubén que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria de los hombres para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidad no es más que una prolongación, menguada y pobre, de nuestra existencia.
Los días inútiles son como una costra de mugre sobre el alma. Hay una asfixia lenta que sonríe, que olvida, que se calla. ¿Quién me pone estos sapos en el pecho cuando no digo nada? Hay un idiota como yo andando, platicando con gentes y fantasmas,