Pequeña del amor, de Jaime Sabines | Poema

    Poema en español
    Pequeña del amor

    Pequeña del amor, tú no lo sabes, 
    tú no puedes saberlo todavía, 
    no me conmueve tu voz 
    ni el ángel de tu boca fría, 
    ni tus reacciones de sándalo 
    en que perfumas y expiras, 
    ni tu mirada de virgen 
    crucificada y ardida. 

    No me conmueve tu angustia 
    tan bien dicha, 
    ni tu sollozar callado 
    y sin salida. 

    No me conmueven tus gestos 
    de melancolía, 
    ni tu anhelar, ni tu espera, 
    ni la herida 
    de que me hablas afligida. 

    Me conmueves toda tú 
    representando tu vida 
    con esa pasión tan torpe 
    y tan limpia, 
    como el que quiere matarse 
    para contar: soy suicida. 

    Hoja que apenas se mueve 
    ya se siente desprendida: 
    voy a seguirte queriendo 
    todo el día. 

    • Después de todo -pero después de todo- 
      sólo se trata de acostarnos juntos, 
      se trata de la carne, 
      de los cuerpos desnudos, 
      lámpara de la muerte en el mundo. 

      Gloria degollada, sobreviviente 
      del tiempo sordomudo 
      mezquina paga de los que mueren juntos. 

    • Sólo en sueños, 
      sólo en el otro mundo del sueño te consigo, 
      a ciertas horas, cuando cierro puertas 
      detrás de mí. 
      ¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan, 
      y ahora estoy preso en su sortilegio, 
      atrapado en su red! 

    • No es nada de tu cuerpo 
      ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre, 
      ni ese lugar secreto que los dos conocemos, 
      fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro. 
      No es tu boca -tu boca 
      que es igual que tu sexo-, 
      ni la reunión exacta de tus pechos, 

    • Pequeña del amor, tú no lo sabes, 
      tú no puedes saberlo todavía, 
      no me conmueve tu voz 
      ni el ángel de tu boca fría, 
      ni tus reacciones de sándalo 
      en que perfumas y expiras, 
      ni tu mirada de virgen 
      crucificada y ardida. 

    • Un ropero, un espejo, una silla, 
      ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, 
      la noche como siempre, y yo sin hambre, 
      con un chicle y un sueño, una esperanza. 
      Hay muchos hombres fuera, en todas partes, 
      y más allá la niebla, la mañana. 

    • Pasa el lunes y pasa el martes 
      y pasa el miércoles y el jueves y el viernes 
      y el sábado y el domingo, 
      y otra vez el lunes y el martes 
      y la gotera de los días sobre la cama donde se quiere 
      dormir, 
      la estúpida gota del tiempo cayendo sobre el corazón 

    • Mansamente, insoportablemente, me dueles. 
      Toma mi cabeza. Córtame el cuello. 
      Nada queda de mí después de este amor. 

      Entre los escombros de mi alma, búscame, 
      escúchame. 
      En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama, 
      pide tu asombro, tu iluminado silencio. 

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