¡Qué risueño contacto el de tus ojos, ligeros como palomas asustadas a la orilla del agua! ¡Qué rápido contacto el de tus ojos con mi mirada!
¿Quién eres tú? ¡Qué importa! A pesar de ti misma, hay en tus ojos una breve palabra enigmática. No quiero saberla. Me gustas mirándome de lado, escondida, asustada. Así puedo pensar que huyes de algo, de mí o de ti, de nada, de esas tentaciones que dicen que persiguen a la mujer casada.
Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta con tus setenta años de virgen definitiva, tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.
Dice Rubén que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria de los hombres para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidad no es más que una prolongación, menguada y pobre, de nuestra existencia.
Los días inútiles son como una costra de mugre sobre el alma. Hay una asfixia lenta que sonríe, que olvida, que se calla. ¿Quién me pone estos sapos en el pecho cuando no digo nada? Hay un idiota como yo andando, platicando con gentes y fantasmas,