Nadie vino a esperarme. Yo me encogí de hombros y me eché a andar: Soy un hombre de paso, simplemente; soy simplemente un hombre que llega y que se va.
No conozco este pueblo, este pequeño pueblo junto al mar: Hoy, por primera vez, miro estas casas con sus techos de tejas y sus muros de sal.
Pero sé que esta calle polvorienta le da vuelta a un parque con bancos de metal, y que frente a ese parque hay una iglesia, y que junto a esa iglesia hay un rosal.
Yo conozco el chirrido de una verja oxidada, y, entre tantos portales, reconozco un portal —aquel portal de la baranda verde, con un horcón rajado a la mitad—.
Y es que estoy en el pueblo de tus cartas de novia, tu viejo pueblo tristemente igual, aunque yo vine demasiado tarde, y aunque tú ya no estás...
Señora, según dicen, ya usted tiene otro amante, lástima que la prisa nunca sea elegante… Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa se resigne a ser viuda sin haber sido esposa.