Todavía te busco, mujer que busco en vano, mujer que tantas veces cruzaste mi sendero, sin alcanzarte nunca cuando extendí la mano y sin que me escucharas cuando dije: «te quiero...»
Y, sin embargo, espero. Y el tiempo pasa y pasa. Y ya llega el otoño, y espero todavía: De lo que fue una hoguera sólo queda una brasa, pero sigo soñando que he de encontrarte un día.
Y quizás, en la sombra de mi esperanza ciega, si al fin te encuentro un día, me sentiré cobarde, al comprender, de pronto, que lo que nunca llega nos entristece menos que lo que llega tarde.
Y sentiré en el fondo de mis manos vacías, más allá de la bruma de mis ojos huraños, la ansiedad de las horas convirtiéndose en días y el horror de los días convirtiéndose en años...
Pues quizás esté mustia tu frente soñadora, ya sin calor la llama, ya sin fulgor la estrella... Y al no decir: «¡Es ella!» -como diría ahora- seguiré mi camino, murmurando: «Era ella...»
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía. Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós. No sé si me quisiste... No sé si te quería... O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Vuestro amigo, es la respuesta a vuestras necesidades. Es vuestro campo, que sembráis con amor, y cosecháis con gratitud. Y es vuestra mesa, y el fuego de vuestro hogar. Porque acudís a él para saciar vuestra hambre. y lo buscáis en procura de paz.
Pasarás por mi vida sin saber que pasaste. Pasarás en silencio por mi amor y, al pasar, fingiré una sonrisa como un dulce contraste del dolor de quererte... y jamás lo sabrás.
Quizás estando sola, de noche, en tu aposento oirás que alguien te llama sin que tu sepas quién y aprenderás entonces, que hay cosas como el viento que existen ciertamente, pero que no se ven...
Recuerdo bien que te cerré la puerta. Sé que llamaste, y sé que no te abrí... Y ahora miro la puerta, y está abierta, y te siento de pronto junto a mí.