Carta a usted, de José Ángel Buesa | Poema

    Poema en español
    Carta a usted

    Señora, según dicen, ya usted tiene otro amante, 
    lástima que la prisa nunca sea elegante… 
    Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa 
    se resigne a ser viuda sin haber sido esposa. 

    Y me parece injusto discutirle el derecho 
    de compartir sus penas, sus goces y su lecho; 
    pero el amor, señora, cuando llega el olvido, 
    también tiene el derecho de un final distinguido. 

    Perdón, si es que la hiere mi reproche, perdón; 
    aunque sé que la herida no es en el corazón… 
    Y para perdonarme... piense si hay más despecho 
    que en lo que yo le digo, que en lo que usted ha hecho. 

    Pues sepa que una dama con la espalda desnuda, 
    sin luto en una fiesta, puede ser una viuda; 
    —pero no, como tantas, de un difunto señor—, 
    sino para ella sola, viuda de un gran amor. 

    Y nuestro amor —¿recuerda?—, fue un amor diferente 
    (al menos al principio; ya no, naturalmente). 

    Usted será el crepúsculo a la orilla del mar, 
    que según quien lo mire será hermoso o vulgar. 
    Usted será la flor que según quien la corta, 
    es algo que no muere o es algo que no importa. 

    O acaso cierta noche de amor y de locura 
    yo vivía un ensueño... y usted una aventura. 
    Usted juró cien veces ser para siempre mía, 
    yo besaba sus labios, pero no lo creía… 

    Usted sabe —y perdóneme—, que en ese juramento 
    influye demasiado la dirección del viento. 
    Por eso no me extraña que ya tenga otro amante 
    a quien quizás le jure lo mismo en este instante. 

    Y como usted señora ya aprendió a ser infiel, 
    a mí, así, de repente… me da pena por él. 

    Sí, es cierto. Alguna noche su puerta estuvo abierta, 
    y yo en otra ventana me olvidé de su puerta. 
    O una tarde de lluvia se iluminó mi vida 
    mirándome en los ojos de una desconocida. 

    Y también es posible que mi amor indolente 
    desdeñara su vaso bebiendo en la corriente. 
    Sin embargo, señora..., yo, con sed o sin sed, 
    nunca pensaba en otra... si la besaba a usted. 

    Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas, 
    pero ni los rosales dan solamente rosas. 
    Y no digo estas cosas por usted ni por mí, 
    sino por los amores que terminan así… 

    Pero vea, señora, qué diferencia había 
    entre usted que lloraba... y yo que sonreía. 
    Pues nuestro amor concluye con finales diversos: 
    Usted besando a otro; yo, escribiendo estos versos.