Juan Lanas, el mozo de esquina, es absolutamente igual al Emperador de la China: los dos son el mismo animal. Juan Lanas cubre su pelaje con nuestra manta nacional; el gran magnate lleva un traje de seda verde excepcional. Del uno cuidan cien dragones de porcelana y de cristal; Juan Lanas carga maldiciones y gruesos fardos por un real, pero si alguna mandarina siguiendo el instinto sexual al Emperador se avecina en el traje tradicional que tenía nuestra madre Eva en aquella tarde fatal en que se comieron la breva del árbol del Bien y del Mal, y si al mismo Juan una Juana se entrega por modo brutal y palpita la bestia humana en un solo espasmo sexual, Juan Lanas, el mozo de esquina, es absolutamente igual al Emperador de la China: los dos son el mismo animal.
Tú no lo sabes, mas yo he soñado entre mis sueños color de armiño, horas de dicha con tus amores, besos ardientes, quedos suspiros cuando la tarde se tiñe de oro esos espacios que juntos vimos, cuando mi alma su vuelo emprende
Las cosas viejas, tristes, desteñidas, sin voz y sin color, saben secretos de las épocas muertas, de las vidas que ya nadie conserva en la memoria, y a veces a los hombres, cuando inquietos las miran y las palpan, con extrañas