A Jarifa, en una orgía, de José de Espronceda | Poema

    Poema en español
    A Jarifa, en una orgía

    Trae, Jarifa, trae tu mano, 
    ven y pósala en mi frente, 
    que en un mar de lava hirviente 
    mi cabeza siento arder. 
    Ven y junta con mis labios 
    esos labios que me irritan, 
    donde aún los besos palpitan 
    de tus amantes de ayer. 

    ¿Qué la virtud, la pureza? 
    ¿qué la verdad y el cariño? 
    Mentida ilusión de niño, 
    que halagó mi juventud. 
    Dadme vino: en él se ahoguen 
    mis recuerdos; aturdida 
    sin sentir huya la vida; 
    paz me traiga el ataúd. 

    El sudor mi rostro quema, 
    y en ardiente sangre rojos 
    brillan inciertos mis ojos, 
    se me salta el corazón. 
    Huye, mujer; te detesto, 
    siento tu mano en la mía, 
    y tu mano siento fría, 
    y tus besos hielos son. 

    ¡Siempre igual! Necias mujeres, 
    inventad otras caricias, 
    otro mundo, otras delicias, 
    o maldito sea el placer. 
    Vuestros besos son mentira, 
    mentira vuestra ternura: 
    es fealdad vuestra hermosura, 
    vuestro gozo es padecer. 
    Yo quiero amor, quiero gloria, 
    quiero un deleite divino, 
    como en mi mente imagino, 
    como en el mundo no hay; 
    y es la luz de aquel lucero 
    que engañó mi fantasía, 
    fuego fatuo, falso guía 
    que errante y ciego me tray. 

    ¿Por qué murió para el placer mi alma, 
    y vive aún para el dolor impío? 
    ¿Por qué si yazgo en indolente calma, 
    siento, en lugar de paz, árido hastío? 

    ¿Por qué este inquieto, abrasador deseo? 
    ¿Por qué este sentimiento extraño y vago, 
    que yo mismo conozco un devaneo, 
    y busco aún su seductor halago? 

    ¿Por qué aún fingirme amores y placeres 
    que cierto estoy de que serán mentira? 
    ¿Por qué en pos de fantásticas mujeres 
    necio tal vez mi corazón delira, 

    si luego, en vez de prados y de flores, 
    halla desiertos áridos y abrojos, 
    y en sus sandios o lúbricos amores 
    fastidio sólo encontrará y enojos? 

    Yo me arrojé cual rápido cometa, 
    en alas de mi ardiente fantasía: 
    doquier mi arrebatada mente inquieta, 
    dichas y triunfos encontrar creía. 

    Yo me lancé con atrevido vuelo 
    fuera del mundo en la región etérea, 
    y hallé la duda, y el radiante cielo 
    vi convertirse en ilusión aérea. 

    Luego en la tierra la virtud, la gloria, 
    busqué con ansia y delirante amor, 
    y hediondo polvo y deleznable escoria 
    mi fatigado espíritu encontró. 

    Mujeres vi de virginal limpieza 
    entre albas nubes de celeste lumbre; 
    yo las toqué, y en humo su pureza 
    trocarse vi, y en lodo y podredumbre. 

    Y encontré mi ilusión desvanecida 
    y eterno e insaciable mi deseo: 
    palpé la realidad y odié la vida; 
    sólo en la paz de los sepulcros creo. 

    Y busco aún y busco codicioso, 
    y aún deleites el alma finge y quiere: 
    pregunto y un acento pavoroso 
    «¡Ay! me responde, desespera y muere. 

    Muere, infeliz: la vida es un tormento, 
    un engaño el placer; no hay en la tierra 
    paz para ti, ni dicha, ni contento, 
    sino eterna ambición y eterna guerra. 

    Que así castiga Dios el alma osada, 
    que aspira loca, en su delirio insano, 
    de la verdad para el mortal velada 
    a descubrir el insondable arcano.» 

    ¡Oh! cesa; no, yo no quiero 
    ver más, ni saber ya nada: 
    harta mi alma y postrada, 
    sólo anhela descansar. 
    En mí muera el sentimiento, 
    pues ya murió mi ventura, 
    ni el placer ni la tristura 
    vuelvan mi pecho a turbar. 

    Pasad, pasad en óptica ilusoria 
    y otras jóvenes almas engañad: 
    nacaradas imágenes de gloria, 
    coronas de oro y de laurel, pasad. 

    Pasad, pasad mujeres voluptuosas, 
    con danza y algazara en confusión; 
    pasad como visiones vaporosas 
    sin conmover ni herir mi corazón. 

    Y aturdan mi revuelta fantasía 
    los brindis y el estruendo del festín, 
    y huya la noche y me sorprenda el día 
    en un letargo estúpido y sin fin. 

    Ven, Jarifa; tú has sufrido 
    como yo; tú nunca lloras; 
    mas ¡ay triste! que no ignoras 
    cuán amarga es mi aflicción. 
    Una misma es nuestra pena, 
    en vano el llanto contienes... 
    Tú también, como yo, tienes 
    desgarrado el corazón. 

    • De los hombres lanzado al desprecio, 
      de su crimen la víctima fui, 
      y se evitan de odiarse a sí mismos, 
      fulminando sus odios en mí. 
              Y su rencor 
      al poner en mi mano, me hicieron 
              su vengador; 
              y se dijeron