Era cieguecita la niña morena que vendía flores… ¡Era cieguecita y no supo de amores! Sentada a la vera de aquel senderillo que por la pradera de menta y tomillo va hacia los alcores y los altozanos.
«¡Una flor, hermanos!», cantaba y decía con un manso anhelo… ¡Y miraba al cielo que no conocía!
La niña morena fue como agua buena, callada y sencilla, que, huyendo y saltando, va, al paso, regando de flores la orilla…
Como el viento frío pasa sobre el río, mansa y encogida pasó por la vida sin tener amores, dejando al pasar, olvidos, dolores, unas cuantas flores y un triste cantar.
Era cieguecita la niña morena que vendía flores… ¡Era cieguecita y no supo de amores!