Él se sabía un camino que le enseñó una sirena; caminito de la arena hacia un jardín submarino.
¡Qué bien que se lo callaba! ¡Y qué bien que se sabía el camino que llevaba sus pasos donde él quería!
Desnudo de pierna y pie, en la paz de una alborada por su camino se fue: se fue diciendo cantares con su esportilla dorada, igual que un dios de los mares, desnudo de pierna y pie.
La playa guardó su huella, y, desde la aurora aquella, los anchos mares sonoros aprendieron las tonadas que él solía pregonar:
-¡Los buenos cangrejos moros y las bocas mariscadas anoche en la bajamar!
Y aun la marea que viene, sube que sube, detiene su empuje verde y sonoro para no borrar la huella de su pie, que es una estrella sobre la arena de oro.
Igual que pasa una vela llena de sol sobre el mar, pasó dejando una estela de gracia y luz al pasar: un aire de su cantar, una huella de su pie, un dejo de su cariño y esta leyenda del niño mariscador que se fue...