Así me gritó la niña, la de las trenzas doradas: -corre a verla, corre a verla, que se te escapa.
Por los caminos regados del oro nuevo del alba, corrí a los geranios rosas, ¡y ya no estaba!
Volví entonces a la niña, la de las trenzas doradas. «No estaba ya», iba a decirle. pero ella tampoco estaba. A lo lejos, ya muy lejos, se oían sus carcajadas.
Ni ella ni la mariposa; todo fue una linda trama.
El jardín se quedó triste en la alegría del alba, y yo solo por la sola, calle de acacias.
Y esto fue mi vida toda: una voz que engañó el alma, un correr inútilmente, una inútil esperanza...