Filosófos, para alumbrarnos, nosotros los poetas quemamos hace tiempo el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron. Y aún andamos colgados de la sombra. Oíd, gritan desde la torre sin vanos de la frente: ¿Quién soy yo? ¿He escapado de un sueño o navego hacia un sueño? ¿Hui de la casa del Rey o busco la casa del Rey? ¿Soy príncipe esperado o príncipe muerto? ¿Se enrolla o desenrolla el film? Este túnel ¿me trae o me lleva? ¿Me aguardan los gusanos o los ángeles? ¿Oísteis? Es la nueva canción, y la vieja canción... ¡nuestra pobre canción! ¿Quién soy yo?... Mi vida está en el aire dando vueltas. ¡Miradla, filósofos, como una moneda que decide! ¿Cara o cruz? ¿Quién quiere decirme quién soy? ¿Oísteis? Es la nueva canción, y la vieja canción, ¡nuestra pobre canción! ¿Quién soy yo?... ¿Águila o sol?... -Mirad. Perdí... Filósofos, perdí.
Yo no soy nadie. Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina. Yo no soy nadie. Y no obstante, estas manos, mis antenas de hormiga, han ayudado a clavar la lanza en el costado del mundo y detrás de la lupa de la luna hay un ojo que me ve como a un microbio royendo el corazón de la Tierra. Tengo ya cien mil años y hasta ahora no he encontrado otro mástil de más fuste que el silencio y la sombra donde colgar mi orgullo; tengo ya cien mil años y mi nombre en el cielo se escribe con lápiz.
El agua, por ejemplo, es más noble que yo. Por eso las estrellas se duermen en el mar y mi frente romántica es áspera y opaca. Detrás de mi frente -filósofos, escuchad esto bien-, detrás de mi frente hay un viejo dragón: el sapo negro que saltó de la primera charca del mundo y está aquí, aquí, aquí, agazapado en mis sesos, sin dejarme ver el Amor y la Justicia.
Yo no soy nadie, nadie. Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina... Yo no soy nadie, filósofos... Y éste es el solo parentesco que tengo con vosotros.
Aquí estoy... En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando a que me llamen... Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita y condenada y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro y me ha dicho severo:
Tu estabas dormida como el agua que duerme en la alberca... y yo llegué a ti como llega hasta el agua que duerme la piedra. Turbé tu remanso y en ondas de amor te quebraste como en ondas el agua que duerme se quiebra cuando llega