Yo no soy más que un hombre sin oficio y sin gremio, No soy un constructor de cepos. ¿Soy yo un constructor de cepos? ¿He dicho alguna vez: Clavad esas ventanas, poned vidrios y pinchos en las cercas? Yo he dicho solamente: No tengo podadera, ni tampoco un reloj de precisión que marque exactamente los rítmicos latidos del poema. Pero sé la hora que es. No es la hora de la flauta. ¿Piensa alguno que porque la trilita dispersó los orfeones tendremos que llamar de nuevo a los flautistas? No. No es ésta ya la hora de la flauta. Es la hora de andar, de salir de la cueva y andar... de andar... de andar... de andar.
Yo soy un vagabundo, yo no soy más que un vagabundo sin ciudad, sin decálogo y sin tribu. Y mi éxodo es ya viejo. En mis ropas duerme el polvo de todos los caminos y el sudor de muchas agonías. Hay saín en la cinta de mi sombrero, mi bastón se ha doblado y en la suela de mis zapatos llevo sangre, llanto y tierra de muchos cementerios. Lo que sé me lo han enseñado el Viento, los gritos y la sombra... ¡la sombra!
Tu estabas dormida como el agua que duerme en la alberca... y yo llegué a ti como llega hasta el agua que duerme la piedra. Turbé tu remanso y en ondas de amor te quebraste como en ondas el agua que duerme se quiebra cuando llega
Aquí estoy... En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando a que me llamen... Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita y condenada y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro y me ha dicho severo: