Por las esquinas vagas de los sueños, alta la madrugada, fue conmigo tu imagen bien amada, como un día en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.
Agua ha pasado por el río abajo, hojas verdes perdidas llevó el viento desde que nuestras sombras vieron quedas su afán borrarse con el sol traspuesto.
Hermosa era aquella llama, breve como todo lo hermoso: luz y ocaso. Vino la noche honda, y sus cenizas guardaron el desvelo de los astros.
Tal jugador febril ante una carta, un alma solitaria fue la apuesta arriesgada y perdida en nuestro encuentro; el cuerpo entre los hombres quedó en pena.
¿Quién dice que se olvida? No hay olvido. Mira a través de esta pared de hielo ir esa sombra hacia la lejanía sin el nimbo radiante del deseo.
Todo tiene su precio. Yo he pagado el mío por aquella antigua gracia; y así despierto, hallando tras mi sueño un lecho solo, afuera yerta el alba.
¿Volver? Vuelva el que tenga, tras largos años, tras un largo viaje, cansancio del camino y la codicia de su tierra, su casa, sus amigos, del amor que al regreso fiel le espere.