De un sol que brilla y no arde la última lumbre serena... Una campana que suena en el palor de la tarde... De una ovejuela cobarde el anheloso balar... Y una moza del lugar que oye charlar a la fuente, con el pensamiento ausente y el cántaro sin llenar.
La noche viene pausada las mismas sendas borrando por donde va dilatando su fresca sombra callada... La campiña y la enramada los marjales y el vergel cubre ya el negro mantel que solo el alba les quita... ¡La noche viene, mocita! ¡La noche viene... y no él!
Torna la niña al aldea... La fuente sigue charlando y la muchacha escuchando su corazón que golpea... En la plaza cuchichea al verla pasar, la gente. Y ella cruza indiferente, sonámbula muda y grave... Pero ahora la moza sabe lo que decía la fuente.
Yo, poeta decadente, español del siglo veinte, que los toros he elogiado, y cantado las golfas y el aguardiente..., y la noche de Madrid, y los rincones impuros, y los vicios más oscuros de estos bisnietos del Cid: de tanta canallería
El médico me manda no escribir más. Renuncio, pues, a ser un Verlaine, un Musset, un D’ Annunzio —¡no que no!—, por la paz de un reposo perfecto, contento de haber sido el vate predilecto de algunas damas y de no pocos galanes,