Puede que fueras tú... Confusamente, entre la mucha gente, esbelta, serpentina --y vestida de blanco-- una mujer divina llamó a mis ojos... Pero, ¡No! Tú vistes el negro, siempre, de las noches tristes.
Puede que fueras tú... Porque mi alma se salió toda por mis ojos... Tanto, que si yo no pensara en aquel pelo negro que tu cara acaricia, ¡tan negro!... Juraría que eras tú aquella rubia como el día. ...Y puede que tú fueras... Aunque aquella mujer iba apoyada en el brazo de un hombre, alegre y bella. Y rozándole la cara con su cabello, con mirada indecible de amor... ¡Y es imposible que tú vuelvas a amar después de aquello!
Yo, poeta decadente, español del siglo veinte, que los toros he elogiado, y cantado las golfas y el aguardiente..., y la noche de Madrid, y los rincones impuros, y los vicios más oscuros de estos bisnietos del Cid: de tanta canallería
El médico me manda no escribir más. Renuncio, pues, a ser un Verlaine, un Musset, un D’ Annunzio —¡no que no!—, por la paz de un reposo perfecto, contento de haber sido el vate predilecto de algunas damas y de no pocos galanes,