Canción de Grisóstomo, de Miguel de Cervantes | Poema

    Poema en español
    Canción de Grisóstomo

    Ya que quieres, cruel, que se publique, 
    de lengua en lengua y de una en otra gente, 
    del áspero rigor tuyo la fuerza, 
    haré que el mismo infierno comunique 
    al triste pecho mío un son doliente, 
    con que el uso común de mi voz tuerza. 
    Y al par de mi deseo, que se esfuerza 
    a decir mi dolor y tus hazañas, 
    de la espantable voz irá el acento, 
    y en él mezcladas, por mayor tormento, 
    pedazos de las míseras entrañas. 
    Escucha, pues, y presta atento oído, 
    no al concertado son, sino al rüido 
    que de lo hondo de mi amargo pecho, 
    llevado de un forzoso desvarío, 
    por gusto mío sale y tu despecho. 
    El rugir del león, del lobo fiero 
    el temeroso aullido, el silbo horrendo 
    de escamosa serpiente, el espantable 
    baladro de algún monstruo, el agorero 
    graznar de la corneja, y el estruendo 
    del viento contrastado en mar instable; 
    del ya vencido toro el implacable 
    bramido, y de la viuda tortolilla 
    el sentible arrullar; el triste canto 
    del envidiado búho, con el llanto 
    de toda la infernal negra cuadrilla, 
    salgan con la doliente ánima fuera, 
    mezclados en un son, de tal manera 
    que se confundan los sentidos todos, 
    pues la pena cruel que en mí se halla 
    para contarla pide nuevos modos. 
    De tanta confusión no las arenas 
    del padre tajo oirán los tristes ecos, 
    ni del famoso betis las olivas: 
    que allí se esparcirán mis duras penas 
    en altos riscos y en profundos huecos, 
    con muerta lengua y con palabras vivas; 
    o ya en oscuros valles, o en esquivas 
    playas, desnudas de contrato humano, 
    o adonde el sol jamás mostró su lumbre, 
    o entre la venenosa muchedumbre 
    de fieras que alimenta el libio llano; 
    que, puesto que en los páramos desiertos 
    los ecos roncos de mi mal, inciertos, 
    suenen con tu rigor tan sin segundo, 
    por privilegio de mis cortos hados, 
    serán llevados por el ancho mundo. 
    Mata un desdén, atierra la paciencia, 
    o verdadera o falsa, una sospecha; 
    matan los celos con rigor más fuerte; 
    desconcierta la vida larga ausencia; 
    contra un temor de olvido no aprovecha 
    firme esperanza de dichosa suerte. 
    En todo hay cierta, inevitable muerte; 
    mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo 
    celoso, ausente, desdeñado y cierto 
    de las sospechas que me tienen muerto; 
    y en el olvido en quien mi fuego avivo, 
    y, entre tantos tormentos, nunca alcanza 
    mi vista a ver en sombra a la esperanza, 
    ni yo, desesperado, la procuro; 
    antes, por extremarme en mi querella, 
    estar sin ella eternamente juro. 
    ¿Puédese, por ventura, en un instante 
    esperar y temer, o es bien hacerlo, 
    siendo las causas del temor más ciertas? 
    ¿tengo, si el duro celo está delante, 
    de cerrar estos ojos, si he de vello 
    por mil heridas en el alma abiertas? 
    ¿quién no abrirá de par en par las puertas 
    a la desconfianza, cuando mira 
    descubierto el desdén, y las sospechas, 
    ¡oh amarga conversión!, verdades hechas, 
    y la limpia verdad vuelta en mentira? 
    ¡oh, en el reino de amor fieros tiranos 
    celos, ponedme un hierro en estas manos! 
    dame, desdén, una torcida soga. 
    Mas, ¡ay de mí!, que, con cruel victoria, 
    vuestra memoria el sufrimiento ahoga. 
    Yo muero, en fin; y, porque nunca espere 
    buen suceso en la muerte ni en la vida, 
    pertinaz estaré en mi fantasía. 
    Diré que va acertado el que bien quiere, 
    y que es más libre el alma más rendida 
    a la de amor antigua tiranía. 
    Diré que la enemiga siempre mía 
    hermosa el alma como el cuerpo tiene, 
    y que su olvido de mi culpa nace, 
    y que, en fe de los males que nos hace, 
    amor su imperio en justa paz mantiene. 
    Y, con esta opinión y un duro lazo, 
    acelerando el miserable plazo 
    a que me han conducido sus desdenes, 
    ofreceré a los vientos cuerpo y alma, 
    sin lauro o palma de futuros bienes. 
    Tú, que con tantas sinrazones muestras 
    la razón que me fuerza a que la haga 
    a la cansada vida que aborrezco, 
    pues ya ves que te da notorias muestras 
    esta del corazón profunda llaga, 
    de cómo, alegre, a tu rigor me ofrezco, 
    si, por dicha, conoces que merezco 
    que el cielo claro de tus bellos ojos 
    en mi muerte se turbe, no lo hagas; 
    que no quiero que en nada satisfagas, 
    al darte de mi alma los despojos. 
    Antes, con risa en la ocasión funesta, 
    descubre que el fin mío fue tu fiesta; 
    mas gran simpleza es avisarte de esto, 
    pues sé que está tu gloria conocida 
    en que mi vida llegue al fin tan presto. 
    Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo 
    tántalo con su sed; sísifo venga 
    con el peso terrible de su canto; 
    ticio traya su buitre, y asimismo 
    con su rueda egïón no se detenga, 
    ni las hermanas que trabajan tanto; 
    y todos juntos su mortal quebranto 
    trasladen en mi pecho, y en voz baja 
    -si ya a un desesperado son debidas- 
    canten obsequias tristes, doloridas, 
    al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja. 
    Y el portero infernal de los tres rostros, 
    con otras mil quimeras y mil monstruos, 
    lleven el doloroso contrapunto; 
    que otra pompa mejor no me parece 
    que la merece un amador difunto. 
    Canción desesperada, no te quejes 
    cuando mi triste compañía dejes; 
    antes, pues que la causa do naciste 
    con mi desdicha aumenta su ventura, 
    aun en la sepultura no estés triste.