No estoy. No la conozco. No quiero conocerla. Me repugna lo hueco, la afición al misterio, el culto a la ceniza, a cuanto se disgrega. Jamás he mantenido contacto con lo inerte. Si de algo he renegado es de la indiferencia. No aspiro a transmutarme, ni me tienta el reposo. Todavía me intrigan el absurdo, la gracia. No estoy para lo inmóvil, para lo inhabitado. Cuando venga a buscarme, díganle: “Se ha mudado”.
De pronto, sin motivo: graznido, palaciego, cejijunto, microbio, padrenuestro, dicterio; seguidos de: incoloro, bisiesto, tegumento, ecuestre, Marco Polo, patizambo, complejo; en pos de: somormujo, padrillo, reincidente,
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposas.
Es la baba. Su baba. La efervescente baba. La baba hedionda, cáustica; la negra baba rancia que babea esta especie babosa de alimañas por sus rumiantes labios carcomidos, por sus pupilas de ostra putrefacta,
Un zumbido de moscas anestesia la aldea. El sol unta con fósforo el frente de las casas, y en el cauce reseco de las calles que sueñan deambula un blanco espectro vestido de caballo.
Abandoné las carambolas por el calambur, los madrigales por los mamboretás, los entreveros por los entretelones, los invertidos por los invertebrados. Dejé la sociabilidad a causa de los sociólogos, de los solistas, de los sodomitas, de los solitarios. No quise saber nada con los prostáticos.
A lo fugaz perpetuo y sus hipoteseres a la deriva al vértigo al sublatir al máximo las reverberalíbido al desensueño al alba a los cornubios dime sin titilar por ímpetu de bumerang de encelo de gravitante acólito de tanto móvil tránsfuga cocoterráqueo efímero