Yo te juré mi amor sobre una tumba, sobre su mármol santo! ¿Sabes tú las cenizas de qué muerta conjuré temerario? ¿Sabes tú que los hijos de mi temple saludan ese mármol, con la faz en el polvo y sollozantes en el polvo besando? ¿Sabes tú las cenizas de qué muerta mintiendo, has profanado? ¡No los quieras oír, que tus oídos ya no son un santuario! ¡No los quieras oír como hay rituales secretos y sagrados, hay tan augustos nombres que no todos son dignos de escucharlos!
II
Yo te di un corazón joven y justo ¡por qué te lo habré dado! ¡Lo colmaste de besos, y una noche te dio por devorarlo! Y con ojos serenos ¡El verdugo, que cumple su mandato, solicita perdón de las criaturas que inmolará en el tajo! ¡Tú le viste, serena, indiferente, gemir agonizando, mientras tu roja sangre enrojecía tus mejillas de nardo! Y tus ojos ¡mis ojos de otro tiempo que me temían tanto! Ni una perla tuvieron, ni una sola: ¡eres de nieve y mármol!
III
¿Acaso el que me roba tus caricias te habrá petrificado? ¿Acaso la ponzoña de Leteo te inyectó a su contacto? ¿O pretendes probarme en los crisoles de los celos amargos, y me vas a mostrar cuánto me quieres, después entre tus brazos? ¡No se prueban así con ignominias, corazones hidalgos! ¡No se templa el acero damasquino metiéndolo en el fango! Yo te alcé en mis estrofas, sobre todas, hasta rozar los astros: tócale a mi venganza de poeta, ¡dejarte abandonada en el espacio!