Como al nacer el sol en el oriente 
los negros lomos de la tierra inflama, 
como Dios al mirar sobre los pueblos 
de ansias de lo mejor llena las almas 
en mis tinieblas 
casi macabras, 
como un rayo de sol fue tu sonrisa, 
fulguración de Dios fue tu mirada. 
Como brilló una luz en el desierto 
para salvar a una nación esclava, 
como cruzó una estrella los espacios 
al comenzar la redención humana, 
resplandecientes, 
a llamaradas, 
surgieron, en mi senda, tu sonrisa 
y en mi noche angustiosa, tu mirada. 
Como el riego copioso de la nube 
las duras glebas del erial ablanda, 
y los aires impuros purifica 
del polvo impuro que su azul empaña, 
lluvia de oro, 
sonora y franca, 
humedeció mis penas tu sonrisa, 
purificó mis besos tu mirada. 
Como el endeble cráneo de los hombres, 
a pesar de caber en sus dos palmas, 
la inmensidad del universo encierra 
y sus ruines paredes no se rajan; 
así el parvo 
duomo de mi alma, 
está como la aurora tu sonrisa 
¡como todos los orbes tu mirada! 
Como pájaro y flor en las agrestes, 
pavorosas llanuras desoladas, 
son retoques audaces que proyectan 
vida, valor, perfume, resonancia: 
en mi solemne, 
desierta pampa, 
como cántico y flor fue tu sonrisa, 
como cántico y flor fue tu mirada. 
Como pugna una fuerza prodigiosa 
detrás de cada sol y cada larva, 
en las moles del mar y del rocío, 
en el grano de trigo y la montaña; 
tú no me tocas, 
tú no me hablas, 
y eres la sola vida de mi vida, 
su voluntad, su numen, su palanca. 
Como en la plena luz del mediodía 
semejan un incendio las cañadas, 
y a los oblicuos rayos de la tarde 
tranquilos mares de bruñida plata, 
sol de virtudes, 
astro que ama, 
tú, sobre todos mis dolores juntos, 
las ilusiones de tu luz levantas. 
Como al Señor querría el Ángel malo, 
si el Señor le volviese la esperanza 
y en el vacío enorme de aquel odio 
la enormidad de su perdón volcara, 
así a raudales, 
así a cascadas, 
se ha inundado mi pecho de un cariño 
que por cielos y tierras se derrama. 
Cariño universal que me transporta 
más allá de mis dudas y mis ansias, 
que me impone surgir del horizonte, 
limpio de mis pasiones y mis lacras, 
como penacho 
de ardientes llamas 
que hubiera puesto Dios sobre mi testa, 
para darme el dominio de las almas. 
Cariño que refunde mis potencias 
en la sola potencia sobrehumana 
de sentir nada más que lo sublime, 
de llorar nada más que por las alas 
¡virgen del cielo 
llena de gracia 
que bajas a gemir con los humanos 
y has hecho de mi espíritu tu alcázar! 
Allí estarías como la sola dueña, 
allí serás la sola soberana: 
como siguen los astros a los mares 
tú regirás mis ondas tumultuarias. 
Reina absoluta 
¿por qué no mandas? 
¡yo haré que todo el mundo conmovido 
se postre de rodillas a tus plantas! 
¡Y te daré de mí gloria una diadema, 
de mi mente una túnica de grana, 
de laureles y aplausos una alfombra, 
de mi pecho y mi sangre una muralla: 
porque yo tengo 
virtud en mi alma, 
para llenar de admiración los siglos 
si una mirada tuya me lo manda!