Responso a Verlaine, de Rubén Darío | Poema

    Poema en español
    Responso a Verlaine

    Padre y maestro mágico, liróforo celeste 

    que al instrumento olímpico y a la siringa agreste 
    diste tu acento encantador; 

    ¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste 
    hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste, 
    ¡al son del sistro y del tambor! 

    Que tu sepulcro cubra de flores Primavera, 
    que se humedezca el áspero hocico de la fiera 
    de amor si pasa por allí; 

    que el fúnebre recinto visite Pan bicorne; 
    que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne 
    y de claveles de rubí. 

    Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo, 
    ahuyenten la negrura del pájaro protervo 
    el dulce canto de cristal 

    que Filomela vierta sobre tus tristes huesos, 
    o la armonía dulce de risas y de besos 
    de culto oculto y florestal. 

    Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, 
    que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto, 
    sino rocío, vino, miel: 

    que el pámpano allí brote, las flores de Citeres, 
    ¡y que se escuchen vagos suspiros de mujeres 
    bajo un simbólico laurel! 

    Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya, 
    en amorosos días, como en Virgilio, ensaya, 
    tu nombre ponga en la canción; 

    y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche 
    con ansias y temores entre las linfas luche, 
    llena de miedo y de pasión. 

    De noche, en la montaña, en la negra montaña 
    de las Visiones, pase gigante sombra extraña, 
    sombra de un Sátiro espectral; 

    que ella al centauro adusto con su grandeza asuste; 
    de una extrahumana flauta la melodía ajuste 
    a la armonía sideral. 

    Y huya el tropel equino por la montaña vasta; 
    tu rostro de ultratumba bañe la Luna casta 
    de compasiva y blanca luz; 

    y el Sátiro contemple sobre un lejano monte 
    una cruz que se eleve cubriendo el horizonte 
    ¡y un resplandor sobre la cruz!

    Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916) representa uno de los grandes hitos de las letras hispanas, no sólo por el carácter emblemático de algunos de sus títulos como Azul... (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) sino por las dimensiones de renovación que impuso a la lengua española, abriendo las puertas a las influencias estéticas europeas a través de la corriente que él mismo bautizó como Modernismo. Pero como decía Octavio Paz, su obra no termina con el Modernismo: lo sobrepasa, va más allá del lenguaje de esta escuela y, en verdad, de toda escuela. Es una creación, algo que pertenece más a la historia de la poesía que a la de los estilos. Darío no es únicamente el más amplio y rico de los poetas modernistas: es uno de nuestros grandes poetas modernos, es "el príncipe de las letras castellanas".