Abril, la ceremonia de las hojas que sólo puede hablarse con la canción en blanco, la consecuencia de lo inconsecuente a trozos que se unen al decirlos lo mismo que las rayas del paseo se vuelven línea entera en la velocidad.
Las cosas son seguidas sólo en función del tiempo. Nada enlaza al instante con su aroma. El día por ejemplo, el día es qué, pero de pronto es un azul tranquilo para decirnos el secreto breve de ser gente que vive y hace planes, que plancha el día en la camisa húmeda y pulveriza el agua contra el rostro.
Mañana no estaré ya en este día que el aire desmenuza en los tejados tendidos al poniente y al cabeceo largo de las olas en las que suena el respirar del mundo igual que nadie habrá vivido un día exacto al anterior. Abril que nos descansa de haber gastado el tiempo. Mañana no seremos ya los mismos, mañana no será esto lo que mire, aire blando de abril para silbarlo, para decir el día con palabras y que sean felices de ser respiración de la memoria y por debajo de los hechos nítidos, entregados al fuego de la continuidad y de lo útil, esa precisa combustión de nada en busca siempre de algo que se quema también para ser algo, como el tiempo, tú y yo, lo que arde exacto en fuegos inexactos, saber y no saber y ver las olas
Abril, la ceremonia de las hojas que sólo puede hablarse con la canción en blanco, la consecuencia de lo inconsecuente a trozos que se unen al decirlos lo mismo que las rayas del paseo se vuelven línea entera en la velocidad.