La noche del cuartel fría y señera vigila a sus hijos prodigiosos. La arena de los patios se arremolina y desaparece en el fondo del cielo. En su pieza el Capitán reza las oraciones y olvida sus antiguas culpas, mientras su perro orina contra la tensa piel de los tambores. En la sala de armas una golondrina vigila insomne las aceitadas bayonetas. Los viejos húsares resucitan para combatir a la dorada langosta del día. Una lluvia bienhechora refresca el rostro del aterido centinela y hace su ronda. El caracol de la guerra prosigue su arrullo
II
Esta pieza de hotel donde ha dormido un asesino, esta familia de acróbatas con una nube azul en las pupilas, este delicado aparato que fabrica gardenias, esta oscura mariposa de torpe vuelo, este rebaño de alces, han viajado juntos mucho tiempo y jamás han sido amigos. Tal vez formen en el cortejo de un sueño inconfesable o sirvan para conjurar sobre mí la tersa paz que deslíe los muertos.
III
Una gran flauta de piedra señala el lugar de los sacrificios. Entre dos mares tranquilos una vasta y tierna vegetación de dioses protege tu voz imponderable que rompe cristales, invade los estadios abandonados y siembra la playa de eucaliptos. Del polvo que levantan tus ejércitos nacerá un ebrio planeta coronado de ortigas.
Cuando de repente en mitad de la vida llega una palabra jamás antes pronunciada, una densa marca nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,
Cala tu miseria, sondéala, conoce sus más escondidas cavernas. Aceita los engranajes de tu miseria, ponla en tu camino, ábrete paso con ella y en cada puerta golpea con los blancos cartílagos de tu miseria. Compárala con la de otras gentes