Masticamos embutidos burgaleses frente a la Torre de Londres. Mientras un par de gaviotas defecan sobre los inmortales leones. Y una miríada de japoneses inmoviliza el instante.
Pensamos en lo que nos dijo el simpaticorro guía catalán. (Tenía perilla y ganas de demostrar lo bien que se lo pasaba). 'Mientras haya cuervos en la Bloody Tower, la Casa Real británica permanecerá en el trono'.
David clava en mi pupila su pupila azul. 'Podemos venir con una escopeta y no dejar uno'. Digo que sí con la cabeza. 'Y de paso nos cargamos unas cuantas gaviotas. ¿Te parece?'. 'Wonderful', chapurreo. David me sonríe y echa un largo trago de su lata de sidra. ...
La chusta humea a pocos metros, junto a la mierda fresca de un perro-patada. A. debe de estar al caer. Nos recogerá en un C4 rojo con corazones pintados en los empañados cristales. Ya habrá dejado a su satisfecha novia en casa. (Más me vale).
Los recuerdos atribulan, aunque no sólo. Los dolorosos cuesta sacárselos de la cabeza. Con tiempo y esfuerzo pueden sepultarse, malamente, pero siempre hay algo que los hace aflorar. Y desgarran muchas facetas, muy adentro. Los felices son aún peores.