Eres demasiado joven para encadenarte. Demasiado egoísta, demasiado infantil. Piensas en lo tuyo pero no lo agarras. No lo trabajas tanto como deberías.
Ella dijo que eres lo más importante del mundo. Todos lo somos.
Supera la incertidumbre. Pocas cosas hay seguras en esto que catalogamos como existencia. Disfruta. Échale huevos. No vas a ser el perrito faldero de nadie. No quieres odiarla por ello. No vale la pena darle gusto ahora, si se lo vas a re- prochar de por vida.
Piensa en qué coño quieres. Y en qué coño necesitas para conseguirlo. Sin distracciones. Sin pajas mentales. Persigue tu objetivo, aunque sea lo único que hagas.
Por mucho que te esfuerces en ser un ciudadano de bien, tarde o temprano, todo eso que llevas dentro va a provocarte una profunda insatisfacción y tristeza. Entonces, o prendes fuego a la oficina, o te alcoholizas, o te lanzas al vacío.
Siempre. Necesitas hacer lo que necesitas.
Ahora. Necesitas que ella haga lo que necesitas que haga.
La chusta humea a pocos metros, junto a la mierda fresca de un perro-patada. A. debe de estar al caer. Nos recogerá en un C4 rojo con corazones pintados en los empañados cristales. Ya habrá dejado a su satisfecha novia en casa. (Más me vale).
Los recuerdos atribulan, aunque no sólo. Los dolorosos cuesta sacárselos de la cabeza. Con tiempo y esfuerzo pueden sepultarse, malamente, pero siempre hay algo que los hace aflorar. Y desgarran muchas facetas, muy adentro. Los felices son aún peores.
Me hubiera gustado escribir la continuación de la historia de la hiedra moribunda. De verdad. Pero ha sido reemplazada por una rolliza planta de Aloe Vera.