Las sirenas azules aúllan atravesando la avenida. A toda velocidad. Dos, cuatro, seis. Se saltan semáforos. Provocan frenazos. E improperios. En Vicálvaro deben de tener mucho follón. O un menú del día que te cagas. Jornada tras jornada. A la hora de la comida. Las Fuerzas del Orden vuelan en una misma dirección. 'Eso es que ya se ha ido el de la escopeta', que diría Juan Manuel Chavero.
Pero hoy es distinto.
Hoy, el primer vehículo ha arrollado a un chavalín. Su límpida sangre fluye bajo la manta térmica. La madre chilla histérica. Gira como el bombo de la lotería. (Creo que está embarazada).
Hoy, el madero tiene el rostro gris y suda lejía. Parece que se va a quedar sin postre.
Los recuerdos atribulan, aunque no sólo. Los dolorosos cuesta sacárselos de la cabeza. Con tiempo y esfuerzo pueden sepultarse, malamente, pero siempre hay algo que los hace aflorar. Y desgarran muchas facetas, muy adentro. Los felices son aún peores.
Me hubiera gustado escribir la continuación de la historia de la hiedra moribunda. De verdad. Pero ha sido reemplazada por una rolliza planta de Aloe Vera.