Cada día me asemejo un poco más al cadáver que seré. Algunas veces la evidencia me atenaza. Me paro frente al espejo. E intento verme morir. Segundo a segundo. Célula a célula. Una ojerosa imagen me devuelve la tentativa desde el otro lado. Ese de ahí no puedo ser yo.
La muerte. Fría. (A menos que se prenda fuego la casa). Triste. (A menos que te alcance en el clímax). Tópica. Típica. ¿Por qué tanto miedo? Antes de nacer éramos nada. Y nada volveremos a ser. Conocemos la experiencia. Ni agobios, ni prisas, ni entregas. Ni dolor, ni pesar, ni culpa. El que aspira a comprenderlo todo es un soberbio. El que se engaña para no confesar que tiene miedo es un hipócrita. Ni libros, ni fórmulas, ni rezos. Ni foros, ni púlpitos, ni tecnologías.
De nada sirve preocuparse. De nada sirve llorar. En vida sólo debes de hacer una cosa. Lo que necesites. Siempre que des amor a los tuyos. A la gente que te quiere y te soporta.
Resumiendo. Mientras viene, disfrutemos. Cuando llegue, recordemos. Unos instantes. Sonriendo. Tomemos aire. Y sigámosla.
El jefe jefazo tiene cara de mala hostia. Lleva el pelo de oreja a oreja, como lamido por un choto. Camisa azul, por dentro del pantalón, como sujeción para su barriga colgandera.
Te dicen que abras un blog. Que pienses en el lector medio. Que te asocies con una editorial online. Que compres el servicio de maquetación y de diseño de cubierta. Que spamees a tus contactos del Facebook. Que se lo cuentes al vecino.