Flamean coruscantes las chaquetillas,
la luz sobre las ropas tiembla y resbala,
y fingen pirotecnias las banderillas
y auroras las bermejas capas de gala.
El sol arde en los gajos de las sombrillas,
el clarín su alarido de muerte exhala,
y el diestro, ante los charros y las mantillas,
a la bestia que muge brinda y regala.
En tanto una damita, toda nerviosa,
se cubre con las manos la faz hermosa
que enmarcan los caireles de seda y oro,
y entreabre en abanico los leves dedos,
para ver tras aquella reja, sin miedos,
cómo brota la noble sangre del toro.