Ha mucho tiempo que te soñaba así, vestida de blanco tul, y al alma mía que te buscaba, Ana, ¿qué miras? le preguntaba como en el cuento de Barba azul.
Ha mucho tiempo que presentía tus ojos negros como los vi, y que, en mis horas de nostalgia, la hermana Ana me respondía: “Hay una virgen que viene a ti”.
Y al vislumbrarte, febril, despierto, tras de la ojiva del torreón, después de haberse movido incierto, como campana que toca a “muerto”, tocaba a “gloria” mi corazón.
Por fin, distinta me apareciste; vibraron dianas en rededor, huyó callada la Musa triste y tú llegaste, viste y venciste como el magnífico Emperador.
Hoy, mi esperanza que hacia ti corre, que mira el cielo donde tú estés, porque la gloria se le descorre, ya no pregunta desde la torre: Hermana Ana, ¿dime qué ves?
Hoy en mi noche tu luz impera, veo tu rostro resplandecer, y en mis ensueños sólo quisiera enarbolarte como bandera ¡y a ti abrazado por ti vencer!
Cada rosa gentil ayer nacida, cada aurora que apunta entre sonrojos, dejan mi alma en el éxtasis sumida... ¡Nunca se cansan de mirar mis ojos el perpetuo milagro de la vida!
¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño es un estado de divinidad. El que duerme es un dios... Yo lo que tengo, amigo, es gran deseo de dormir.
Amiga, mi larario esta vacío: desde que el fuego del hogar no arde, nuestros dioses huyeron ante el frío; hoy preside en sus tronos el hastío las nupcias del silencio y de la tarde.