No me obligues a vivir como si cada instante fuese la tarea acumulada que dejamos para el último minuto.
Si quieres ser mi cuerpo no me robes la calma ni la penumbra de la tarde que nace tras la bruma de un bosque encantado.
He huido tantas veces de ti, pero siempre estás a mi lado. Tus rodillas y mi forma de llorar, tus manos y mi sudor, tus ojos y mi mirada.
No me obligues a vivir pensando que no tienes ganas de hacerte vieja conmigo, que existo en ti por inercia, que no te importa que me duela saberte tan frágil.
He tratado de ignorarte, de evitar la sensación de tus dedos cuando sienten la extrañeza de unos síntomas grises.
Mi angustia como un aliento fantasma se aferra al sueño de la vida y aprende a sonreír con tu boca a los médicos.
Si quieres ser mi cuerpo déjame adormecerme en tus párpados, soñar que somos una sola, y tú no me traicionas en la mesa de un quirófano, que vas a despertarte conmigo de la misma pesadilla, que vas a sentirme más viva que nunca en tu garganta.
No me obligues a madurar aprendiendo a leer el mapa de cicatrices de tu cuerpo, no quiero reconocer otra herida ni que confundas el desamor con las enfermedades y sus nudos de fiebre.
Que no pague tu cuerpo mis pecados en el naufragio azul de los océanos, que la distancia sea un reloj de metal y una tarde de nieve donde la vida quiera aprender a besarme en tus labios.