Eran aquellos ojos, inmensos y rasgados. Los conocí hace tiempo, siempre puros e iguales, quietos, como el ensueño de los claustros sellados. En las horas de éxtasis vibraban musicales al igual de esos pozos frescos, de aguas cantantes. Jamás los vi cerrados. Fijos en los caminos contemplaban, absortos, el ir de los viandantes con la ignota indulgencia de los rostros divinos.
Solía verlos, ya tarde, bajo un rayo postrero; y cuando me miraban, mi alma ardiente y gozosa se sustraía al frágil tiempo perecedero. Pero han pasado lustros. La rueca silenciosa sobre mi adolescencia devanó su telar. Los antiguos ensueños de mi alcázar interno, como las naves nómadas que buscan cielo y mar, se han perdido, uno a uno, rumbo al azul eterno. Como las naves nómadas, bogan, lejos, remotos... Sólo del fondo ambiguo de los tiempos vividos siguen, siempre, mirándome esos ojos devotos quietos, como la vida de los claustros dormidos!
Eran aquellos ojos, inmensos y rasgados. Los conocí hace tiempo, siempre puros e iguales, quietos, como el ensueño de los claustros sellados. En las horas de éxtasis vibraban musicales al igual de esos pozos frescos, de aguas cantantes.