“¿Quiénes son?” “Ángeles caídos que no eran bastante buenos para ser salvados, ni bastante malos para ser perdidos”, dice la gente del pueblo.
Llegan a mi limpia hoja de papel y dejan una mancha Rorschach. No lo hacen por crueles, lo hacen para darme un signo— quieren forzarme, como dijo una vez Aubrey Beardsley, a moverlo hasta que algo salga. Aunque soy torpe, cumplo. Pues soy como ellos— salvada y perdida a la vez, cayendo como Humpty Dumpty abajo del alfabeto.
Cada mañana los corro de mi cama y cuando se meten en la ensalada, revolcándose en ella como un perro, los entresaco uno por uno así como mi hija entresaca las anchoas. En mayo bailan sobre los junquillos, gastando los dedos de sus pies riendo como peces. En noviembre, mes del pavor, chupan su niñez de las moras y las vuelven agrias e incomibles.
Sin embargo son compañeros. Distribuyen su magia de Salvavidas Surtidas y hacen menearse la vida. Me acompañan al dentista y protegen del taladro. Al mismo tiempo, van conmigo a clases y mienten a mis alumnos.
Oh ángel caído, compañero dentro de mí, susurra algo sagrado antes de que me pellizques hasta el sepulcro.
Ira, tan negra como un gancho, me sobrepasa. Cada día, cada nazi a las ocho de la mañana tomaba un niño y se lo salteaba para el desayuno en su sartén.
Y la muerte mira como al azar y se saca la mugre bajo las uñas de los dedos.