1
Me llamó, me llamaba.
Miré en el fuego y no se consumía.
Lo anegó el agua, y era más sencillo
que el agua.
En el aire fue aire, y en la tierra
fue a veces la sonrisa o el mudable
resplandor de los astros.
Rompe el amor
la seriedad de la mañana como
la piedra ahuyenta la siesta del remanso.
Abate el bosque familiar sus ramos
y, cerrados los ojos, nos tendemos
sobre la tumba... ¿Aquí acaba la búsqueda?
No nos florece el corazón, ni cambia
el color del olvido.
La noche prohibida
devasta el trigal, tala los frutales,
sofoca con su velo la armonía
de las constelaciones. Ya se acerca
la aurora, sorteando
por la acera los cubos de basura:
ilesa vida abajo, intacta
entre las ruinas. Duerme
el cuerpo disponible
en su tronzado lecho de Procustes.
No rozará la luz
al prometido de la muerte,
ni se contagiará la muerte de blancura...
Yo sólo soy el hombre que presencia
mi vida, fijo los ojos en
el guardián del jardín.
Fueron éstas las cartas
que me correspondieron en el primer reparto.
Pero alguien hay que está
viviéndome, y respira al lado mío
el aire que me sobra.
Vendrá un día
en que yo seré el otro
y viviré lo que ahora para él vivo.
Hoy toda dicha posible quizá sea
habitar en la estéril esperanza.
2
Ah, si la hubierais visto... Si una tarde,
sentada en la ribera, la hubierais encontrado
ajena a su vibrante melodía
bajo la tarde, cerca de la acacia;
si a los pies del muro
encalado y los zócalos azules
os hubiese mirado de repente
a los ojos; si el soportal y el arco,
la verde lluvia, el ánfora y la yerba
indignos de ella os hubieran parecido;
si hubieseis visto el tiempo
que sorbe el corazón a las toronjas
ceñirse sin dañarla su cintura...
Ah, si la hubierais visto,
quizá comprenderíais.
Traía el mes de mayo entre los ojos.
Iba por mayo, libre
como un olor, liviana,
desnuda como el agua, y su andar era
lo mismo que una rosa desbordante.
Iba alumbrando mirtos y gardenias;
redimía la noche con su gozo,
y sólo su presencia -os lo aseguro-
aderezó un jardín que no se acaba.
Su cuerpo era salvaje como un río,
huidizo como un río, cuya fuerza
se renueva a medida que transcurre.
Qué abandono tan íntegro: nada hubo
comparable a su entrega,
pues es casi imposible que los lirios silvestres
se abandonen así por los taludes.
Confieso que en la alcoba yo le daba
ricos nombres de pájaros exóticos,
y que ella misteriosa sonreía
como sonreiría una flor imposible.
Bien sé que, al leer esto, los censores
rasgarán sus opacas vestiduras;
pero quiero deciros que ella fue
un jazmín blanco en el follaje oscuro,
e innumerables sus caricias
igual que el mar, igual que las hojillas
que presta abril sin tino a los retoños,
y un sabor a esperanza le mojaba los besos
de cañaduz y menta a media noche...
Era tan bella que quizá el amor
no se atrevió a elegirla como víctima.
Acaso ya entendáis por qué ahora estoy
ciego como los ojos de quien a nadie aguarda;
de qué cielo he caído, de qué alado
astro, y este dolor en que me pierdo.
Ya no podrán mis versos otras tardes
de orilla a orilla atravesar las aguas
inconstantes. No hay esparcidas vides
en los viñedos,
y el ruiseñor anida
en la negra rama enramada del silencio.
Por eso, si lo sabéis, decidme,
¿cabe bajo la tierra
un corazón enamorado?
Pues ya comprenderéis, amigos míos,
que este amor es sin duda
una historia muy triste.
3
En soledad remota
lo que fue regocijo habita y muere.
Sólo encendido un frío fuego queda
de espaldas a la noche, y suplicantes
símbolos arduos nueva vida piden.
Pero hoy el corazón tengo anegado
de ayer, y un árbol silencioso
me cobija, sin frutos y sin hojas.
La hora de las llamas
transcurrió, amargo viento,
sin consumir del todo la esperanza.
En la acacia cantó la primavera,
mordió el amor la boca del deseo,
triunfó la sangre, bella y derrotada,
manchando la traición de los jardines.
Ya he aprendido que tiene el blanco abril
su flor, y agosto su abundancia.
Sé que el mar es eterno todavía
y sé otras cosas; pero el corazón
se me ahoga en el pozo del recuerdo.
Todo estuvo en la acacia, todo estuvo...
Ahora es la acacia el árbol del silencio.
4
Rasgó el amor, en sueños, sus ropas arrogantes
y el incipiente fruto confió a la mirada.
Lo infinito se hizo pormenor de repente;
sugestiva la tarde, como un huerto cerrado.
Es hora de adornarse con la roja dalmática
y de buscar la dicha a toda costa.
La dura náusea fue el único camino
de la estancia recíproca, del júbilo
imperioso. Hoy es todo
un alegre navío engalanado...
Alzar los ojos de felicidad
es no encontrar confines,
tan sólo verdes ríos
navegados entre juncias y hosannas.
Aquello que está lejos siempre es mar...
Son demasiadas muertes para una sola vida.
En el pequeño valle
fácilmente adormecido:
la yerba se vive adormecido:
la yerba medra y brilla,
las hojas se renuevan.
Bastan los juveniles remeros violando
la eternidad efímera del agua
y el presentimiento de la mansa ribera.
Basta la sazonada cargazón de la nave
que los fluviales bueyes embelesada guían.
¿Con qué fin extender en cruz los brazos
y levantar los ojos y la frente inspirados?
Alguien hay que madura la caricia,
dócil a abril y abierto a la hermosura.
Ni el temor de escribir sobre la arena es justo ahora,
pues el rocío no se pierde en vano
ni el matiz de la menuda flor cae en el olvido...
Sé que se va la luz sendero arriba,
pero también a oscuras y en silencio se ama.
5
Pálida el alma va de tanta espera
por los oteros, tanta ciega espera
que hace languidecer el césped y la herida
de labios entreabiertos.
Pálida el alma rinde
a un vacío sosiego sus deseos,
pero la unánime turba de las lomas
un nuevo afán le enciende,
y el alma sigue, vendimiando espinos.
Porque el momento es éste, qué gozosos
el valle renaciente a la esperanza
y el ave azul veloz de la mañana.
Porque el instante es este de los atrevimientos,
jubilosos los aires se proclaman
mensajeros, y erige el sol dorada monarquía
entre los pinos y la baja tarde.
Denme rosas de olor que solloce
pálida el alma ya de tanta espera.
Consumado el presagio, como un eco
larguísimo se anuncia el doble paso
de su ternura y mi enternecimiento.
El sonoro silencio, como un trémulo
cañaveral, el índice en los labios,
impera; el ágil álamo edifica
su atención, y suspira la espadaña,
flor pensativa del arroyo;
se desnuda la brisa de armonías;
en sí medita el agua su milagro;
el sueño, consumado, y la enramada,
muda se ofrecen... Y el amor nos llega.
6
Hoy se queman los antiguos recuerdos
en una atardecer de antiguas llamas.
Voces que no entendemos nos advierten
de lo que no entendemos y nos mata,
mientras la luz a su cubil retorna
póstuma y delicada.
¿Qué hacer teniendo manos todavía?
¿Esperaremos otra vez el alba,
o dejaremos que la luna venga
a llenarla de nuevo de fantasmas?
Hoy la ciudad parece, con la lluvia,
una mano cerrada.
El ayer reverdece en la memoria
debajo de la acacia,
y el beso que nos dieron a su sombra
los labios nos abrasa.
Quién abriera paisajes
donde olvidar el alma...
Hay flores en el aire
que olvidan dar fragancia:
va envejeciendo mayo
y son ya todo filo las espadas.
Corazón nos hirieron, nos hirieron.
Ya no nos queda nada
que dar, que recibir, que arrebatarnos.
Hemos oído tantas
frases de amor a que ahora
se nos desploma sorda la esperanza...
Hoy se queman los últimos recuerdos
y se dicen las últimas palabras.
7
Miro hacia atrás y veo
la rosa innumerable.
¿Qué flor, única, acaso
sucederá mañana?
Abro ventanas y
súbitos miradores: nada encuentro
sino el tiempo acechante.
Se aproxima el esposo
por caminos de cera
y la lámpara está
apagada hace mucho.
Hay labios que suspiran
al quebrarse las luces:
unos labios ardientes malheridos
por besos que no son los que esperaba.
¿Es que sólo es posible abrir los brazos
y entrar en el silencio?
En una aguda noche me acuchilla
el seminal perfume de la acacia.
Paso al jardín y digo:
Aquí basta el recuerdo:
me sentaré debajo de este árbol;
renovaré la historia..
Pero el agua no es fiel. Desaparece,
y queda abierta, muda,
fría, la piedra de los surtidores.
Hubo música aquí, y halagos hubo...
No se inventa un recuerdo,
ni la mano ni el arma
pueden nunca inventarse.
Miro hacia atrás y veo
repetirse las rosas.
¿Cómo saber cuál era?
Porque yo busco la última
flor, la que permanece
a pesar de las flores.
Y ahora al volver la cara veo aún
el sitio donde voy
y la rosa que busco.
Desde la antigua rama
el sabio abejaruco me advirtió
a través de la sangre: .Hallarás
al destino dormido
en anillo de fuego. Amor y muerte
son sus manos. Desiste..
Pero amaneció el día
de las consumaciones.
Ya me quemo. Ya está
clareando la tiniebla.
En tanto que haya muerte habrá esperanza.
8
Miró a mi corazón y dijo: .Aquí.
Aquí hay sitio bastante.,
y apaciguó el amor sus estorninos
sobre mis tristes olivares.
Ensanchó salas, avenidas,
la herida seca de los cauces:
desconocido quedó todo
por los pasillos familiares.
Qué cánticos de luz. Qué aromas claras.
Qué danza próxima y distante.
Cómo saltaba y florecía
por las enredaderas de la sangre.
Florecía. Saltaba. Florecía
de nuevo. Su sabor teñía el aire.
Alteradas, las ramas prometieron
redondear en frutos el instante.
¿Qué luna allí no hubiese concurrido?
¿Qué ruiseñor callara allí delante?
Ojos palparon, bocas acechadas.
Las roncas manos jadeantes
alzaron triunfos de jazmín
sobre los hombros del más frágil.
El tallo se olvidó lo que sabía
porque aprendió la flor lo que no sabe.
Oh, inesperado. Oh, anhelado.
Cuando es vivir más importante,
la lengua quiere gritar: .¡Vivo!.
(Cerrad los ojos y olvidadme.
No envilezcáis ni la alegría
de ayer, ni la tristeza que ahora hace
ponerse el sol. Todo es sagrado;
todo es fecundo y adorable.)
Porque no brotan flores de la piedra
y en Betel vence siempre el Ángel,
tañe el amor su lira de oro
a un universo irremediable.
Mudos los labios del que sepa;
muda su voz. Que sólo canten
los que en las manos tienen rosas
y siembran rosas y las pacen.
¿De qué vale la rosa imaginada
cuando hablan rosas a millares?
Yo miro manos, miro pechos,
miro relámpagos, paisajes,
nardos donde la aurora se posaba:
miré un jardín interminable.
Creció la miel que no razona
en la aridez de mis canchales.
Abrió ventanas matutinas
a relucientes pleamares...
Ya no. Ya no. Ya no encontramos
para seguir causa bastante.
Lo que ha de morir, muera; lo que ha
de pasar sin llevarnos, pase;
lo que va hacia la noche, que se oculte;
que no despierten al cadáver.
Vaya la rosas con su olor a cuestas,
el recuerdo, conmigo, y yo con nadie.
Repetiré, repetiré la dicha
que canté sonriendo, eterna, antes.
Miente la sed de quien se queda;
la verdad es de aquel que parte.
Miró a mi corazón .miraba-: .Aquí.
Aquí hay sitio bastante..
Y de un hachazo derrocó
el olivo más alto de la tarde.