El amor es la victoria que me ha de destruir. Joan Margarit
Como la delación o el arrepentimiento, las historias de amor adquieren con el paso de los años el brillo oliváceo de la bisutería. Porque el tiempo es una voz inaudible que desoyen por igual amantes y traidores y es otra la mirada que se asoma al abismo interior de la conciencia. Muchas veces hablamos del férreo vínculo que procura la amistad cuando el amor se termina, de las ascuas de un fuego inextinguible, pero ambos sabíamos que eran sólo palabras sin sentido que producen vértigo al recordarlas, mentiras piadosas que no consiguen negar lo inevitable. Sé que es inútil invocar tu nombre, pedirte que aletargues como un somnífero salvador el veneno que deslee la memoria, pero ya nada importa porque la distancia -esa enfermedad que se alimenta de las bayas negras que florecen dentro de uno mismo- me ha enseñado a adjudicar a cada cuerpo amado no su nombre exacto, sino el dolor del vacío que sobre mi piel marca su permanente tránsito.