El amor es la victoria
que me ha de destruir.
Joan Margarit
Como la delación
o el arrepentimiento,
las historias de amor
adquieren con el paso de los años
el brillo oliváceo de la bisutería.
Porque el tiempo es una voz inaudible
que desoyen por igual amantes y traidores
y es otra la mirada que se asoma
al abismo interior de la conciencia.
Muchas veces hablamos
del férreo vínculo que procura
la amistad cuando el amor se termina,
de las ascuas de un fuego inextinguible,
pero ambos sabíamos que eran sólo
palabras sin sentido que producen
vértigo al recordarlas,
mentiras piadosas que no consiguen
negar lo inevitable.
Sé que es inútil invocar tu nombre,
pedirte que aletargues
como un somnífero
salvador el veneno que deslee
la memoria, pero ya nada importa
porque la distancia -esa enfermedad
que se alimenta de las bayas negras
que florecen dentro de uno
mismo- me ha enseñado a adjudicar
a cada cuerpo amado no su nombre
exacto, sino el dolor del vacío
que sobre mi piel marca su permanente tránsito.