Ella estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos, sólo había conservado las sonoras alhajas cuyas preseas le otorgan el aire vencedor que las esclavas moras tienen en días fastos.
Cuando en el aire lanza su sonido burlón ese mundo radiante de pedrería y metal me sumerge en el éxtasis; yo amo con frenesí las Cosas en que se une el sonido a la luz.
Ella estaba tendida y se dejaba amar, sonriendo de dicha desde el alto diván a mi pasión profunda y lenta como el mar que ascendía hasta ella como hacia su cantil.
Fijos en mí sus ojos, como en tigre amansado, con aire soñador ensayaba posturas y el candor añadido a la lubricidad nueva gracia agregaba a sus metamorfosis;
Y sus brazos y piernas, sus muslos y sus flancos pulidos como el óleo, como el cisne ondulantes, pasaban por mis ojos lúcidos y serenos; y su vientre y sus senos, racimos de mi viña,
avanzaban tan cálidos como Ángeles del mal para turbar la paz en que mi alma estaba y para separarla del peñón de cristal donde se había instalado solitaria y tranquila.
Y creí ver unidos en un nuevo diseño -tanto hacía su talle resaltar a la pelvis- las caderas de Antíope al busto de un efebo, ¡soberbio era el afeite sobre su oscura tez!
-Y habiéndose la lámpara resignado a morir como tan sólo el fuego iluminaba el cuarto, cada vez que exhalaba un destello flamígero inundaba de sangre su piel color del ámbar.
Durante quince días me recluí en la habitación, rodeado de los libros de moda entonces -hará diez y seis o diez y siete años-; quiero decir de los libros en que se trata del arte de hacer a los pueblos dichosos, buenos y ricos en veinticuatro horas.
Hay fuertes perfumes para los que toda materia es porosa. Se diría que penetran el vaso. Al abrir un cofrecillo llegado del Oriente cuya cerradura rechina y se resiste chirriando,