«aburrido», dijo él desde el lecho de muerte,
«aburro a todo el mundo, incluso
a mí.
lo desperdicié todo, era un farsante, un
palabrero… demasiada imaginación… demasiados
trucos».
«ah, Maestro», dijo el joven poeta,
«eso no es verdad, de ningún
modo».
«es totalmente cierto», dijo el anciano.
«mi obra fue una basura
pretenciosa».
el joven poeta no se creyó
aquellas palabras.
no podía ni debía creerlas,
porque él escribía también
basura.
aun así le preguntó al anciano:
«pero, Maestro, ¿qué hay que
hacer?».
«empezar por el principio»,
le contestó el anciano.
pasados unos días
murió.
no había querido ver al
joven poeta de ninguna manera.
ahora eso ya tampoco importaba.