Humillación, de David González | Poema

    Poema en español
    Humillación

    El funcionario, 
    un cacho de carne con ojos 
    en mangas de camisa, dice: 
    Todas las cosas de metal que tenga 
    sáquelas y déjelas sobre esa mesa. 
    Luego, mi abuela, 
    apoyándose en su muleta 
    (hace un año se rompió la cadera 
    al caer de espaldas al suelo 
    mientras limpiaba los cristales 
    de la ventana de la cocina 
    subida encima de una banqueta), 
    pasa por el detector de metales, 
    y el detector emite una serie de pitidos. 
    A lo mejor es la muleta, dice mi madre. 
    ¿Puede andar sin ella? 
    Bueno, sí, pero no querrá 
    Que se la de a usted y que vuelva a pasar. 
    Y mi abuela, 
    su largo pelo blanco recogido 
    en un moño por detrás de la cabeza, 
    un pañuelo negro cubriéndola, 
    hace lo que le ordenan, 
    y aún cojeando 
    consigue que el detector pite otra vez. 
    A ver, quítese ese pañuelo. 
    Mi abuela obedece. 
    Seguro que son esas horquillas, 
    así que hágame el favor de soltarse el pelo. 
    Mi madre explota: 
    ¿pero no se le cae a usted la cara de vergüenza 
    al hacer que una persona tan mayor 
    tenga que pasar por todo esto para ver a su nieto? 
    ¿Qué se piensa que somos nosotros? 
    ¿No sabe usted distinguir a la calaña de las personas honradas? 
    Pero ya mi abuela, con su vestido gris, 
    está pasando de nuevo por el detector 
    con idéntico resultado 
    que las dos veces anteriores, y el boqueras, 
    un cacho de carne, dice. 
    ¡Quítese el vestido! 
    Si quiere puede doblarlo y colgarlo 
    del respaldo de esa silla de ahí. 
    Mi madre está tan indignada 
    que no le salen ni las palabras. 
    Y mi abuela, 
    cojeando, 
    despeinada, 
    en enaguas, 
    consigue cruzar al otro lado del detector 
    de metales sin ser delatada. 
    Ahora ya puede vestirse y pasar al locutorio. 
    No tiene usted perdón de Dios, le dice mi madre. 
    Y mi abuela, 
    que al ir a ponerse el vestido 
    ha encontrado en un bolsillo una moneda suelta, 
    se acerca al boqui y le dice: 
    Perdón, señor, ¿sería esto lo que sonaba? 
    Y le pone delante de los ojos, 
    a modo de espejo en miniatura, 
    una peseta 
    con la cara de Franco. 

    • El funcionario, 
      un cacho de carne con ojos 
      en mangas de camisa, dice: 
      Todas las cosas de metal que tenga 
      sáquelas y déjelas sobre esa mesa. 
      Luego, mi abuela, 
      apoyándose en su muleta 
      (hace un año se rompió la cadera