Poética, de Diego Jesús Jiménez | Poema

    Poema en español
    Poética

    A Luis García Jambrina 
     

    I. Las gotas de rocío... 



    Las gotas de rocío 
    caían por los pétalos de la flor del acanto; con ellas resbalaba 
    la imagen de los cielos. Penetrar el palacio 
    cerrado de las cosas; contemplarnos a solas 
    en sus rotos espejos; seguir con la mirada el curso de los astros 
    en el fondo, infinito, de las aguas de un río. 
        Vivir el movimiento que habita las palabras, 
    conocer la apariencia, amar la soledad 
    de los frutos caídos y que, ahora, 
    con la luz de la tarde 
    desvelan el pasado en las ruinas del tiempo. 

    Las mañanas nevadas congelan con su música el viento del invierno. 
        Las gotas de rocío 
    la hierba del jardín. Oyes a tu memoria 
    las cosas, entregarte palabras encendidas 
    que la muerte construye. Nunca edificarás 
    un poema con ellas. 
        Sólo esperas, vencido, 
    a que la noche incendie los helados colores de la tarde 
    con sus llamas de sombra. 



    II. La niebla que contemplas en los ojos del corzo... 



    La niebla que contemplas en los ojos del corzo 
    que acaba de morir; la sangre de la ortiga 
    que habita los aromas que descienden del monte; la imagen de la alondra, 
    su trino, blanco y seco, reflejado en la nieve que enciende tu recuerdo; 
    la fragancia del prado dibujada sin límite. 
        Has de mezclarlo todo, de tal forma 
    que cuando el gallo de la amanecida cante 
    macere con su grito incendiado de luces 
    tal locura de amor. 

        Hallarás junto al valle de tu cansado reino 
    los más frondosos bosques: descabalga y penetra su castillo de sombras. 
    Junto al foso en que crece el clamor del enebro 
    se empaña la mirada que presienten tus ojos 
    y jamás han de ver. 
        Debes cortar los pétalos, no de la flor 
    sino de su reflejo, al rubor de la orquídea que habita los arroyos 
    y obtener la fragancia de la flor de la escarcha 
    que sueña en el silencio recóndito del bosque. 
    Has llegado al lugar 
    donde crecen las flores, mas la flor invisible que en la brisa germina 
    huirá con tu presencia. 
    Debes, con todo, construir un altar y encender su perfume; pues su luz es la única 
    que hará hervir las imágenes que componen el séquito 
    del filtro que te ofrezco. 
    Da a respirar sus brumas. Más no sufras si adviertes 
    que has perdido tu vida; que has cortado 
    del recinto de sombras que te habitan -sin obtener amor- 
    sus flores más hermosas. Piensa 
    que los sueños no ofrecen 
    mayor utilidad a su belleza efímera. 



    III. Y le llamas poema... 



    Y le llamas poema 
    al placer de la mente de obtener de las cosas 
    un lenguaje preciso que destruya, 
    con el fermento de sus signos, las leyes 
    que edifica la muerte. 
    Mas al dar forma a tu espíritu, le ofreces 
    una mayor zozobra a tu existencia. 
        Y le llamas poema 
    a cuanto, sin pasión, representa el deseo 
    sobre los límites de la incertidumbre. 



    IV. Entornar la mirada... 



    Entornar la mirada 
    hasta ver lo impensable, es crear.