Llueves, la noche, llueves reclamando mi atención, la mirada, mi entrega a tu constante, entrañada, pasión. Llueves y llueves, lluvia de la noche, lluvia que te proclamas vencedora de la estrella más alta, que pregonas, abates el silencio, repitiendo tu nombre y tu destino de palabra insaciable. Llueves y llueves más, cuelgas tus hilos de un cielo recobrado en tu sombra y acento. Llueve tu acompasado ritmo sobre el tejado, el árbol, por las ramas, la tierra, en la carne, en la ausencia. Iluminas la noche y la oscureces. Hablas y dices tu húmeda pregunta al que insomne te espía. Pero yo no respondo. ¿Qué me tiene la frente dolorida, y sin espejos donde encontrar el corredor que lleve hasta el hondo lugar que se extiende en lo oscuro, revelador de un sueño? ¿Por qué tu voz no es hoy brillante azul, liviana, alegre, triste, desvelada, mía?
¿Por qué no es puente, aroma trayéndome el asombro de tus manos?
¿Por qué me dejas sola, con mis ojos ciegos a la verdad que tú le siembras a corazón sencillo, al hombre que te escucha sintiéndose más tierra, más árbol, más deseo, más rama, más raíz y más humano? Déjame de tu nombre la inquietud, guardada en el temblor de tu insistencia. Que mañana la encuentre, cuando el sueño haya borrado este desasimiento, y amanezca yo en ti, ya luz y llama.
Llueves, la noche, llueves reclamando mi atención, la mirada, mi entrega a tu constante, entrañada, pasión. Llueves y llueves, lluvia de la noche, lluvia que te proclamas vencedora de la estrella más alta,